Foro Social Mundial: laboratorio de la subversión

Equipo CubDest

Febr. 12, 2001: Newsgroups soc.culture.latin-america, soc.rights.human

Febr. 8, 2001: Revista Guaracabuya, Internet

El denominado Foro Social Mundial (FSM), efectuado del 25 al 30 de enero pp. en la ciudad de Porto Alegre, al sur de Brasil, cerca de las fronteras con Argentina y Uruguay, había sido anunciado como una alternativa de izquierda moderada capaz de presentar soluciones “concretas y viables” para los problemas mundiales. Sin embargo, el FSM no consiguió esconder su verdadero rostro y sus garras revolucionarias, con la actuación protagónica de delegaciones de Cuba comunista, de las narco-guerrillas colombianas de las FARC, de “teólogos de la liberación” de varios países, del Partido Comunista de Brasil y del Movimiento Sin-Tierra (MST), también de Brasil, que ha sido elogiado por Fidel Castro como un nuevo modelo de agitación social. En la sesión inaugural, efectuada en el Centro de Convenciones de la Pontificia Universidad Católica de Porto Alegre, el francés Bernard Cassen, director de Le Monde Diplomatique y uno de los promotores del FSM, proclamó el lema del encuentro ante los 16.000 participantes y miembros de las delegaciones provenientes de 122 países , de Albania a Zimbabwe: “Estamos aquí para mostrar que un mundo diferente es posible”. Pocos instantes después, cuando una prolongada ovación saludó a la delegación de Cuba comunista, encabezada por Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea del Poder Popular , y una platea eufórica gritaba consignas a favor de los guerrilleros zapatistas de México y de las narco-guerrillas FARC de Colombia, quedó en evidencia cuál era ese “mundo diferente” deseado por buena parte de los asistentes.

Después de la sesión de abertura, los participantes hicieron una manifestación por el centro de la ciudad agitando banderas con la hoz y el martillo, enarbolando retratos de Lenin y gritando consignas en favor de Cuba comunista, de las guerrillas colombianas, etc. La manifestación contó con la presencia del gobernador de Río Grande del Sur y del alcalde de Porto Alegre, ambos del izquierdista Partido de los Trabajadores , y con figuras internacionales como Danielle Mitterrand y el agricultor-agitador francés José Bové.

Durante los días del encuentro – que contó con financiamiento de las Fundaciones Ford (norteamericana), Novib (holandesa) y Heinrich Böll (alemana) – se desarrollaron más de 400 conferencias y workshops sobre los más variados temas políticos, sociales y ecológicos. No se puede afirmar que todas esas reuniones hayan tenido una orientación subversiva. Pero lo que sí quedó claro es que las más dinámicas y concurridas, que dieron el tono del evento, fueron las de carácter revolucionario en las que se trazaron estrategias de “resistencia armada” en América Latina. El guerrillero colombiano Javier Cifuentes hizo un llamado a luchar para “la construcción del único régimen reservado a llevar la felicidad a la especie humana, cual es el socialismo” y afirmó que “las FARC están completamente seguras de que el siglo 21 es el siglo del socialismo, es el siglo de América Latina”. En varias conferencias los expositores manifestaron desprecio por la llamada “3a. vía” socialdemócrata. “No admitimos la humanización del capitalismo, pero sí su aniquilación por el socialismo”, afirmó el economista Jorge Benstein, de la Universidad de Buenos Aires (UBA), quien anunció la “eclosión de revueltas populares en América Latina”. Un dirigente de la Central Única de Trabajadores (CUT), de Brasil, hizo un llamado a articular “acciones de resistencia simultánea en varios continentes”, tales como huelgas y protestas callejeras, ya en este año. El sacerdote belga François Houtart, importante exponente de la teología de la liberación, quien durante muchos años asesoró al dictador Castro y continúa siendo un frecuente visitante de Cuba, afirmó que delante de los actuales sistemas basados en la propiedad privada la única salida es “luchar por su destrucción radical”.

Las reiteradas ovaciones a los miembros de la delegación de Cuba comunista fueron calificadas por José Barrionuevo, conocido periodista de Porto Alegre, como “la mayor contradicción del Foro Social Mundial” pues se trata de “aplausos a opresores” del pueblo cubano. Pero esa contradicción no parece haber hecho mella en sus participantes. Francisco Whitaker, uno de los organizadores del FSM y director de la Comisión Brasileña Justicia y Paz de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos del Brasil, mientras aguardaba la llegada del jefe de la delegación cubana, Ricardo Alarcón, declaró: “La explicación de ese apoyo es muy simple: porque Cuba es un símbolo”. El sacerdote colombiano Oliverio Medina, que milita en las guerrillas FARC, añadió que “Cuba comunista es la prueba de que el capitalismo no es la panacea para la humanidad, y sí lo es el socialismo. Cuba es como una hermana que brilla con luz propia. Lo digo porque viví allí”. Por su parte, el italiano Riccardo Petrella, profesor de la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica , interpretó las ovaciones a Cuba comunista como “un homenaje al mito que representa, aunque la realidad de Cuba no sea enteramente de acuerdo con el mito. Las personas tienen necesidad de mitos. Si se destruyen los mitos de Cuba y del ‘Che’, ¿qué nos queda?”

Simultáneamente se efectuó el 1er. Foro Parlamentario Mundial, con la presencia de 400 legisladores izquierdistas de cerca de 30 países, que anunciaron la constitución de una “red internacional” para asegurar que las propuestas de izquierda emanadas del FSM tengan “una verdadera traducción legislativa”.

Lo que quedó al descubierto en Porto Alegre fue la existencia de un enorme laboratorio de la subversión mundial; un “archipiélago planetario de resistencia”, como lo define un documento oficial del FSM. No en vano los principales movimientos, sindicatos y partidos políticos que tuvieron un papel relevante en este Foro, incluyendo a los guerrilleros de las FARC y a Cuba comunista, hacen también parte del Foro de São Paulo (FSP). Éste fue creado en julio de 1990 en la ciudad de São Paulo, Brasil, a pedido del dictador de Cuba, Fidel Castro, preocupado con el desmantelamiento del imperio soviético y viendo la necesidad de una articulación de las izquierdas revolucionarias en las Américas (cfr. Ariel Remos, “Foro de São Paulo y toma del poder en América Latina”, DIARIO LAS AMÉRICAS, Miami, Sept. 14, 2000). El FSM y el FSP son dos caras de una misma moneda revolucionaria, de una internacional pro-comunista cada vez más actuante, con vastas “redes de apoyo” en el mundo entero.

Ignacio Ramonet, editor de Le Monde Diplomatique, anunció que “el nuevo siglo comienza en Porto Alegre”. Si este mal augurio llegase a concretarse, el siglo 21 sería acentuadamente revolucionario. Quien tenga ojos para ver, que vea y que reaccione, contribuyendo a denunciar esta articulación anticristiana.

Sugestão aos colegas

Olavo de Carvalho


Época, 17 de Fevereiro de 2001

Por que ninguém entrevista Ladislav Bittman, o ex-espião tcheco que sabe tudo sobre 1964?

Milhões de crianças brasileiras, nas escolas oficiais, são adestradas para repetir que o golpe militar de 1964 foi obra dos Estados Unidos, como parte de um projeto de endurecimento geral da política exterior ianque na América Latina.

Sabem quem inventou essa história e a disseminou na imprensa deste país? Foi o serviço secreto da Tchecoslováquia, que naquele tempo subsidiava numerosos jornalistas e jornais brasileiros. O próprio chefe do serviço tcheco de desinformação, Ladislav Bittman, veio inspecionar as fases finais do engenhoso empreendimento que se chamou “Operação Thomas Mann”. O nome não aludia ao romancista, mas ao então secretário-adjunto de Estado, Thomas A. Mann, que deveria constar como responsável por uma “nova política exterior” de incentivo aos golpes de Estado.

A safadeza foi realizada através da distribuição anônima de documentos falsificados, que a imprensa e os políticos brasileiros, sem o menor exame, engoliram como “provas” do intervencionismo americano. O primeiro lance foi dado em fevereiro de 1964: um documento com timbre e envelope copiados da Agência de Informação dos EUA no Rio de Janeiro, que resumia os princípios gerais da “nova política”. A coisa chegou aos jornais junto com uma carta de um anônimo funcionário americano, investido, como nos filmes, do papel do herói obscuro que, por julgar que “o povo tem o direito de saber”, divulgava o segredo que seus chefes o haviam mandado esconder.

O escândalo explodiu nas manchetes e os planos sinistros do senhor Mann foram denunciados no Congresso. O embaixador americano desmentiu que os planos existissem, mas era tarde: toda a imprensa e a intelectualidade esquerdistas das Américas já tinham sido mobilizadas para confirmar a balela tcheca. A mentira penetrou tão fundo que, três décadas e meia depois, o nome de Thomas A. Mann ainda é citado como símbolo vivo do imperialismo intervencionista.

A essa primeira falsificação seguiram-se várias outras, para dar-lhe credibilidade, entre as quais uma lista de “agentes da CIA” infiltrados nos meios diplomáticos, empresariais e políticos brasileiros, que circulou pelos jornais sob a responsabilidade de um “Comitê de Luta Contra o Imperialismo Americano”, o qual nunca existiu fora da cabeça dos agentes tchecos. Na verdade, confessou Bittman, “não conhecíamos nem um único agente da CIA em ação no Brasil”. Mas a mais linda forjicação foi uma carta de 15 de abril de 1964, com assinatura decalcada de J. Edgar Hoover, na qual o chefe do FBI cumprimentava seu funcionário Thomas Brady pelo sucesso de uma determinada “operação”, que, pelo contexto, qualquer leitor identificava imediatamente como o golpe que derrubara João Goulart.

Toda uma bibliografia com pretensões historiográficas, toda uma visão de nosso passado e algumas boas dúzias de glórias acadêmicas construíram-se em cima desses documentos forjados. Bem, a fraude já foi desmascarada por um de seus próprios autores, e não foi ontem ou anteontem. Bittman contou tudo em 1985, após ter desertado do serviço secreto tcheco. Só que até agora essa confissão permaneceu desconhecida do público brasileiro, bloqueada pelo amálgama de preguiça, ignorância, interesse e cumplicidade que transformou muitos de nossos jornalistas e intelectuais em agentes ainda mais prestimosos da desinformação tcheca do que o fora o chefe mesmo do serviço tcheco de desinformação. Quantos, nesses meios, não continuam agindo como se fosse superiormente ético repassar às futuras gerações, a título de ciência histórica, a mentira que o próprio mentiroso renegou 15 anos atrás?

Neurose, dizia um grande psicólogo que conheci, é uma mentira esquecida na qual você ainda acredita. Redescobrir a verdade sobre 1964 é curar o Brasil. Entrevistar Ladislav Bittman já seria um bom começo.

Cavalos mortos

Olavo de Carvalho

O Globo, 17 de fevereiro de 2001

Se é certo que romances, contos e peças de teatro registram algo da psicologia dos povos, nós, brasileiros, deveríamos atentar seriamente para o seguinte fato: nenhuma literatura no mundo é tão abundante de tipos insinceros e fingidos como a nossa. Praticamente a galeria inteira dos personagens de Machado de Assis, Lima Barreto, Graciliano Ramos, Arthur Azevedo, Marques Rebelo, Nelson Rodrigues e tantos outros é constituída de pequenos farsantes, fracos e sem caráter, nos quais a mentira existencial se tornou como que uma segunda natureza.

Não se trata de mentirosos conscientes, maquiavélicos, demoníacos. Não temos um Iago nem um Verkhovenski Jr. (o maligno revolucionário de “Os demônios” de Dostoiévski). São antes personalidades de pés de barro, erigidas em cima de uma falsa consciência, de um desvio do foco de atenção. Deslizam instintivamente para fora da realidade, como que por medo de se conhecer, de topar de repente com a imagem da sua própria miséria interior. Tímidas e esquivas, revestem-se incessantemente de máscaras verbais cujo comércio preenche nove décimos da sua vida de vigília. O décimo restante – quando chega à consciência – é angústia secreta, reprimida, que não ousa dizer seu nome.

Na tipologia de Lukács, que distingue entre os personagens que sofrem porque sua consciência é mais ampla que a do meio em que vivem e os que não conseguem abarcar a complexidade do meio, a literatura brasileira criou um terceiro tipo: aquele cuja consciência não está nem acima nem abaixo da realidade, mas ao lado dela, num mundo à parte todo feito de ficções retóricas e afetação histriônica. Em qualquer outra sociedade conhecida, um tipo assim estaria condenado ao isolamento. Seria um excêntrico. No Brasil, ao contrário, ele é o tipo dominante: o fingimento é geral, a fuga da realidade tornou-se instrumento de adaptação social. Mas adaptação, no caso, não significa eficiência, e sim acomodação e cumplicidade com o engano geral, produtor da geral ineficiência e do fracasso crônico, do qual em seguida se busca alívio em novas encenações, seja de revolta, seja de otimismo. Na medida em que se amolda à sociedade brasileira, a alma se afasta da realidade – e vice-versa. Ter a cabeça no mundo da lua, dar às coisas sistematicamente nomes falsos, viver num estado de permanente desconexão entre as percepções e o pensamento é o estado normal do brasileiro. O homem realista, sincero consigo próprio, direto e eficaz nas palavras e ações, é que se torna um tipo isolado, esquisito, alguém que se deve evitar a todo preço e a propósito do qual circulam cochichos à distância.

Meu amigo Andrei Pleshu, filósofo romeno, resumia: “No Brasil, ninguém tem a obrigação de ser normal.” Se fosse só isso, estaria bem. Esse é o Brasil tolerante, bonachão, que prefere o desleixo moral ao risco da severidade injusta. Mas há no fundo dele um Brasil temível, o Brasil do caos obrigatório, que rejeita a ordem, a clareza e a verdade como se fossem pecados capitais. O Brasil onde ser normal não é só desnecessário: é proibido. O Brasil onde você pode dizer que dois mais dois são cinco, sete ou nove e meio, mas, se diz que são quatro, sente nos olhares em torno o fogo do rancor ou o gelo do desprezo. Sobretudo se insiste que pode provar.

Sem ter em conta esses dados, ninguém entende uma só discussão pública no Brasil. Porque, quando um brasileiro reclama de alguma coisa, não é que ela o incomode de fato. Não é nem mesmo que ela exista. É apenas que ele gostaria de que ela existisse e fosse má, para pôr em evidência a bondade daquele que a condena. Tudo o que ele quer é dar uma impressão que, no fundo, tem pouco a ver com a coisa da qual fala. Tem a ver apenas com ele próprio, com sua necessidade de afeto, de aplauso, de aprovação. O assunto é mero pretexto para ele lançar, de maneira sutil e elegante, um apelo que em linguagem direta e franca o exporia ao ridículo.

Esse ardil psicológico funda-se em convenções provisórias, criadas de improviso pela mídia e pelo diz-que-diz, que apontam à execração do público umas tantas coisas das quais é bom falar mal. Pouco importa o que sejam. O que importa é que sua condenação forma um “topos”, um lugar-comum: um lugar no qual as pessoas se reúnem para sentir-se bem mediante discursos contra o mal.

O sujeito não sabe, por exemplo, o que são transgênicos. Mas ele viu de relance, num jornal, que é coisa ruim. Melhor que coisa ruim: é coisa de má reputação. Falando contra ela, o cidadão sente-se igual a todo mundo, rompe por instantes o isolamento que o humilha.

Essa solidariedade no fingimento é a base do convívio brasileiro, o pilar de geléia sobre o qual se constroem uma cultura e milhões de vidas. Em outros lugares as pessoas em geral discutem coisas que existem, e só as discutem porque perceberam que existem. Aqui as discussões partem de simples nomes e sinais, imediatamente associados a valores, ao ruim e ao bom, a despeito da completa ausência das coisas consideradas.

Não se lê, por exemplo, um só livro de história que não condene a “história oficial” – a história que celebra as grandezas da pátria e omite as misérias da luta de classes, do racismo, da opressão dos índios e da vil exploração machista. Em vão buscamos um exemplar da dita cuja. Não há cursos, nem livros, nem institutos de história oficial. Por toda parte, nas obras escritas, nas escolas de crianças e nas academias de gente velha, só se fala da miséria da luta de classes, do racismo, de índios oprimidos e da vil exploração machista. Há quatro décadas a história militante que se opunha à história oficial já se tornou hegemônica e ocupou o espaço todo. Se há alguma história oficial, é ela própria. Mas, sem uma história oficial para combater, ela perderia todo o encanto da rebeldia convencional, pondo à mostra os cabelos brancos que assinalam sua identidade de neo-oficialismo consagrado — balofo, repetitivo e caquético como qualquer academismo.

Direi então que ela açoita um cavalo morto? Não é bem isso. Ela própria é um cavalo morto. Um cavalo morto que, para não admitir que está morto, escoiceia outro cavalo morto. Todo o “debate brasileiro” é uma troca de coices num cemitério de cavalos.