Yasser Arafat, cachorro de la KGB

Olavo de Carvalho

Mídia Sem Máscara, año 1, número 2, 24 de agosto de 2002

El líder de la Autoridad Palestina fue criado y amamantado por los soviéticos.

Nuestros medios de comunicación continúan endilgando al público como verdad absoluta la fachada de “patriotas musulmanes” que encubre la verdadera identidad de Yasser Arafat y de sus secuaces.

Al igual que pasó con la guerra de Vietnam, el conflicto es presentado como una lucha desesperada de un pequeño pueblo heroico contra una gran potencia extranjera, y no como lo que es en realidad: una guerra entre grandes potencias en el escenario de un pequeño país, y, más aún, una guerra en la que los medios de comunicación, cómplices, garantizan a una de las potencias en lucha el privilegio de la invisibilidad.

Cuando digo “medios de comunicación”, no me refiero sólo a los periódicos o a la TV. Todo el incalculable poder del show business, con su influencia avasalladora sobre la imaginación popular, es usado en esa guerra como instrumento de desinformación, creando e imponiendo a sucesivas generaciones de espectadores una versión espectacularmente falsa de los acontecimientos. En la guerra de Vietnam, prácticamente todos los estudios de Hollywood – sin contar las estrellas individuales, como la célebre Jane Fonda o “Hanoi Jane” — tomaron partido por el enemigo. De ahí que ninguna, absolutamente ninguna película de gran éxito sobre aquel tiempo muestra nada de la masiva presencia china y soviética en la guerra, y mucho menos de la matanza de civiles que inevitablemente siguió a la retirada de las tropas americanas del territorio vietnamita – un genocidio que produjo tres millones de víctimas, seis veces más que el total de muertos de la guerra, sin que contra eso se haya levantado una única palabra de protesta de los portavoces de la autoproclamada “conciencia mundial”.

Ahora se intenta montar de nuevo la gran farsa, para favorecer la expansión del movimiento revolucionario internacional so capa de “paz mundial” y de defensa de los heroicos “patriotas musulmanes” en lucha contra una super-potencia.

Para respaldar la mentira, obviamente es necesario suprimir los hechos que la contradicen, y por eso hasta hoy no ha sido divulgada en Brasil la declaración sobre Arafat hecha pública a principios de año por el general Ion Mihai Pacepa, ex-jefe del servicio de inteligencia militar de Rumanía en tiempos de Ceaucescu y, por lo que se sabe, el oficial comunista de más alto grado que desertó y escapó a Occidente en la década de los 80.

La declaración, que lleva por título “El Arafat que yo conozco”, salió en el Wall Street Journal de 10 de enero de este año y ha sido omitida incluso por los órganos de los medios de comunicación nacionales que tienen convenio con ese periódico. Transcribo a continuación algunos fragmentos:

“Yasser Arafat sigue siendo el mismo terrorista sangriento que conocí tan bien durante mis años en los altos cargos del servicio de inteligencia rumano.

“Me involucré directamente con Arafat a final de los años 60 y, en esa ocasión, estaba siendo financiado y manipulado por la KGB. En la guerra de los Seis Días, en 1967, Israel humilló a dos estados de la clientela soviética: Egipto y Siria. Pocos meses después, el líder de la inteligencia internacional soviética, el General Aleksandr Sakharovsky, vino a Bucarest. Según él, el Kremlin había encargado a la KGB de ‘reparar el prestigio’ de ‘nuestros amigos árabes’, ayudándoles a organizar operaciones terroristas que humillasen a Israel. La principal propiedad de la KGB en ese proyecto conjunto era un ‘marxista-leninista devoto’: Yasser Arafat, co-fundador de Al Fatah, la fuerza militar palestina.

“El General Sakharovsky nos pidió a los de la inteligencia rumana, que ayudásemos a la KGB en la operación secreta de traer a Arafat y a algunos de sus guerreros fedayin a la Unión Soviética vía Rumanía para ser adoctrinados y entrenados. El mismo año, los soviéticos pergeñaron una maniobra estratégica que llevó a Arafat a convertirse en presidente de la OLP, con el apoyo público del líder egipcio, Gamal Abdel Nasser.

“La primera vez que me encontré con Arafat, me quedé impresionado de la semejanza ideológica que había entre él y su mentor de la KGB. Batió su propio record cuando declaró que el ‘sionismo imperial’ americano era el ‘perro rabioso del mundo’, y que sólo había un modo de tratar a un perro rabioso: ‘Matarlo!’. El General Sakharovsky, años antes – cuando aún era primer consejero de la inteligencia soviética en Rumanía – solía predicar, con su voz suave y melódica, que ‘la burguesía’ era el ‘perro rabioso del imperialismo’, añadiendo que había ‘sólo un modo de tratar a un perro rabioso: Dispararle!’. Él fue responsable por la muerte de 50.000 rumanos.

“En 1972, el Kremlin estableció una ‘división socialista del trabajo’ para apoyar al terrorismo internacional. Los principales clientes de Rumanía en ese nuevo mercado eran Libia y la OLP. Un año después, un consejero de la inteligencia rumana informó que Arafat y sus manipuladores de la KGB estaban preparando un comando de la OLP encabezado por el principal delegado de Arafat, Abu Jihad, para secuestrar diplomáticos americanos en Khartoum, Sudán, y exigir la liberación de Sirhan Sirhan, el asesino de Robert Kennedy.

“Durante más de 30 años el gobierno americano ha considerado que Arafat es pieza clave para conseguir la paz en Medio Oriente. Pero durante 20 años, Washington también creyó que Ceausescu era el único líder comunista que podía abrir una brecha en el Telón de Acero. En la época de la Guerra Fría, dos presidentes americanos fueron a Bucarest para rendirle homenaje. En noviembre de 89, cuando el Partido Comunista Rumano reeligió a Ceausescu, fue felicitado por los Estados Unidos. Tres semanas después, fue acusado de genocidio y ejecutado, muriendo como un símbolo de la tiranía comunista.

“Ya es hora de que Estados Unidos acabe de una vez con el fetiche de Arafat. La actual guerra del presidente Bush contra el terrorismo es una excelente oportunidad.”

Fuente: The Wall Street Journal, January 10, 2002. http://www.col.fr/judeotheque/archive.doc/Reponses-Israel/Reponses-Israel%20Pacepa%20The%20Arafat%20I%20Know.txt

What would Lenin do?

Olavo de Carvalho
Época, 24 de agosto de 2002

If he were President of Brazil,
he would tranquilize the investors

Translated by Pedro Sette Câmara

Judging by the either alarming or tranquilizing diagnostics published in our press, the only things really threatened by an eventual rise of the radical left are foreign money invested here and Brazil’s credit in foreign banks. The whole discussion revolves around whether Mr. John Doe or Mr. John Dude, if elected, can or cannot put these supreme goods at risk. In the first hypothesis, he is a dangerous communist; in the second, a champion of democracy.

However, when Lenin destroyed Russian constitutional order in three weeks and established the reign of terror, the stock market in Moscow and Petrograde did not drop a single point, and in the following years foreign investors made a huge amount of money with the new regime. Therefore, according to Brazilian criteria, there is no way Lenin could be a communist.

The preponderance of this stupid criterion reveals only how Brazilian businessmen are blinded by the canons of that diffuse Marxism which induces them to perform in the theatre of reality the exact stereotypical role reserved to them by communist strategy: that of self-seeking immediatists who can be manipulated through their own interests.

That’s hegemony is: to frame the opponents’ speech, leading them to formulate their thoughts and wishes according a set of mental categories designed to tie them with their own rope.

Brazil’s left may be stupid and incompetent, but, when compared to our businessmen, is a stellar team of geniuses. To anyone versed in Antonio Gramsci’s strategies, to deceive Brazilian businessmen, making them work for their own destruction, is like spanking children. What can the gross pragmatism of those who measure the world by the money in the register do against the complex machiavelism of the ‘cultural revolution’? It’s so coward. I know only businessmen who like to give grand displays of tranquility before the advance of communism, and who, in the face of a leftist intellectual, prostrate themselves in servile adoration. It’s understandable: no matter how much money you possess, intellectual superiority, however small, exerts intrinsic authority and power. In revolutionary strategy, cultural hegemony is the equivalent of that which, in war, is the dominion of air space. Running to hide their treasures, the prey disclose themselves to the eagle who, from above, controls their movements.

That is why instead of losing oneself in vain economicist conjectures, none of them asks the following questions to the presidential candidates:

1. What is your geopolitical view of the world? Do you intend to use a speech against “unipolar power” to align Brazil with the Eastern and communist pole, which existence and growth hides behind that rethoric?

2. After years of dismantlement and constraint of the armed forces, do you intend to complete dialectically the application of the Leninist scheme, offering the humiliated officials some sort of late consolation in exchance for an anti-Western and pro-communist foreign policy which none of them would have accepted before?

3. How will you fight against drug traffic without confronting Cuba, the Farc and the world’s leftist media? Or, on the contrary, will you just stage a fake combat just to terminate the rival cartels – which dominate the state of Espírito Santo, for example – and hand to communist narcoguerilla the absolute control of the Brazilian market?

These are the only important questions. Lenin himself, should he be president of Brazil now, would not even consider the idea of socializing the economy. He would concentrate on the consolidation of capitalism and on tranquilizing the investors, in order to buy time to fight in these three fronts, which are vital to the communist world strategy. Tranquilized by the guarantees offered to their money, the bourgeois would be the first to lend a hand.

Gansos que falam

Olavo de Carvalho


O Globo, 24 de agosto de 2002

O trabalhador inculto é apegado demais a seus costumes para deixar-se influenciar por novidades. O homem de espírito superior tem aquela intelecção direta e pessoal que prescinde da aprovação grupal e até a despreza. Resta, no meio, a multidão dos escravos da moda: estudantes, jornalistas, pequenos literatos, fabricantes de discursos partidários – o “proletariado intelectual”, como o chamava Otto Maria Carpeaux. A maior loucura do mundo moderno foi ter feito dessa categoria de pessoas, sob o nome de intelligentzia, a guiadora e mestra de seu destino. Essa gente supremamente verbosa, oca e imbuída do mais elevado conceito de si mesma retribuiu a gentileza criando o fascismo, o nazismo e o socialismo e matando em um século mais gente do que a soma de todas as tiranias antigas, com terremotos e epidemias de acréscimo.

Todas as civilizações confiaram-se ao guiamento luminoso de uns poucos sábios e ao conservadorismo obstinado dos homens do povo. Só a nossa confiou-se a um exército de tagarelas imbuídos do dever sacrossanto de destruir o que não compreendem. E depois se queixa de que está sendo destruída.

S. Paulo Apóstolo disse que o demônio nos cercaria pela direita e pela esquerda, pela frente e por trás. Significativamente, não disse “por cima” nem “por baixo”. O que nos eleva até Deus ou firma nossos pés no solo está livre do influxo demoníaco. Restam, entre o céu e a terra, as quatro direções horizontais, o “mundo intermediário”, o mezzo del cammin onde os demônios arrastam no seu giro louco as ambições da inteligência vã que se imagina criadora.

A democratização do ensino, abolindo as barreiras econômicas, deveria ter instituído barreiras intelectuais em compensação, para impedir que a descida do padrão social trouxesse, de contrabando, uma queda do nível de consciência. A nova elite de pés-rapados talvez fosse menos numerosa, mas teria superado em mérito e qualidade suas antecessoras. Na verdade, o que se fez foi o contrário: já que o ensino é para todos, por que haveria de ser um ensino de elite? Para qualquer um, basta qualquer coisa. A massa dos neoletrados, lisonjeada até às nuvens, corre às escolas, às livrarias, à mídia, aos teatro e aos cinemas para receber sua ração diária de lixo, que ela imagina superior à educação de um nobre do Renascimento ou de um clérigo do século XIII. Qualquer garoto de escola, incapaz de soletrar, se crê um portador das luzes, por haver nascido depois de Platão. Qualquer cronista de província fala com desprezo das “trevas do passado”.

Entre o homem que sabe e o que não sabe, dizia Montaigne, há mais diferença do que entre um homem e um ganso. Quem quer que tenha algum conhecimento do que foi a educação nos séculos antigos não pode deixar de sentir-se deprimido até às lágrimas ao contemplar hoje a multidão dos gansos que falam. E como falam!

Pois o mais incrível é a facilidade, a desenvoltura com que qualquer um, consciente de não possuir em pessoa determinados conhecimentos, se atribui os méritos deles por algum tipo de participação mística no “espírito da época”, baseado na simples crença de que existem em algum lugar, em alguma biblioteca, em algum banco de dados. Sim, decerto existem, mas a informação de que existem deveria dar a cada cidadão a medida da sua ignorância. Em vez disso, infunde-lhe o sentimento insano da própria sabedoria.
Se não fosse essa falsa certeza, alicerçada no argumentum ad ignorantiam que proclama inexistente o que o ignorante desconheça, não existiria nenhum “direito alternativo”, nenhuma “teologia da libertação”, nenhum desses monumentos de arrogância imbecil voltados contra tesouros espirituais que, por estar acima da compreensão do intelectualzinho médio, podem ser facilmente negados, desprezados ou usados como bodes expiatórios dos crimes do próprio intelectualzinho médio.

Pois este, hoje, tornou-se inacessível e coriáceo. Cada aula que ele recebe, cada livro que lê, cada programa de televisão que o desgraçado assiste o reforça mais ainda na sua certeza louca, ao exaltar a superioridade do “nosso tempo” sem lembrar-lhe que essa superioridade é apenas de registros materiais acumulados, não transmissível por osmose a quem não os decifre pessoalmente. Claro: esse lembrete seria demasiado constrangedor. A consciência dos valores civilizacionais milenares tornou-se o mais inestimável dos bens. Inestimável e quase inacessível. Seu preço é alto demais: a humilhação do filho do século. Os ricos pagam fortunas para não passar por isso. Os pobres, para evitá-lo, derramam o próprio sangue em revoluções inúteis.

Não é a menor das ironias da situação o fato de que, sem deixar de percebê-la por completo, a intelligentzia, em vez de reconhecê-la como obra sua, culpe por ela algum fator econômico-social externo, prometendo coisa melhor para a próxima sociedade, a ser sacada da cartola de algum “direito alternativo” ou “teologia da libertação”. E assim o mal se perpetua, fortalecido pelas promessas de extingui-lo.

Contra essas promessas, resta a pergunta: quê sobrou de oitenta anos de produção escrita da intelligentzia soviética? Nunca houve tantos sábios como naquela república celeste onde os verdureiros tinham diplomas de Ph. D. e na qual, profetizava Trótski, cada mecânico de automóveis seria um novo Leonardo Da Vinci. Onde foram parar aquelas toneladas de tratados, de teses acadêmicas, de ensaios magistrais? Nada sobrou. Nem mesmo na China se lê mais essa formidável porcariada. Nem em Cuba. Mas isso não é problema: se a importação de tolices soviéticas acabou, a produção das universidades ocidentais tornou-se autônoma. Não haverá escassez de Negris e Chomskis no mercado.