La medida exacta de los crímenes

Operación Cóndor

Mídia Sem Máscara, año 1, número 3, 18 de septiembre de 2002

Olavo de Carvalho

Si uno quiere tener la prueba de que los medios de comunicación brasileños son pro-comunistas, mentirosos y sin escrúpulos, basta que compare el aluvión de denuncias contra la Operación Cóndor con el total silencio acerca del que fue, ése sí, un crimen hediondo de nuestra dictadura militar: el apoyo del gobierno Geisel a la intervención cubana en Angola, que mató a 100 mil civiles y consolidó una dictadura que está en el poder hasta hoy.
Aunque los números de la contabilidad funeraria que ponen de relieve el horror de la primera operación fuesen auténticos — y no lo son –, aún así la comparación sólo evidenciaría la diferencia entre los militares latinoamericanos, que enfrentaban la lucha armada en sus propios territorios, y una agresión extranjera que envió 57 mil soldados al otro lado del océano para intervenir en una guerra que no tenía nada que ver con Cuba excepto ideológicamente y en función de la estrategia comunista global.
La responsabilidad de la Operación Cóndor es achacada exclusivamente a los militares, asociados con el “imperialismo norteamericano”, y jamás a la ingerencia armada cubana que la precedió en más de una década, desde la Conferencia Tricontinental de La Habana, que, habiendo esparcido la violencia terrorista en tres continentes, no puede razonablemente quejarse de ser tratada injustamente al depararse con una reacción de escala modestamente unicontinental. Un periodista tiene que haber alcanzado el grado máximo de insensibilización moral leninista para poder presentar el acuerdo de autodefensa establecido entonces entre los gobiernos de América Latina como una conspiración contra inocentes movimientos de oposición local. Sin embargo, ésa es la norma seguida en todos los reportajes que, en las últimas semanas, han comentado los documentos secretos sobre la Operación Cóndor que acaban de ser desclasificados por el gobierno americano.
En segundo lugar, al notar que los documentos, lejos de probar la tan repetidamente cacareada participación norteamericana en el episodio, muestran que Washington se limitó a asistir a ellos desde lejos, ¿qué hacen los desinformadores profesionales que posan como periodistas? ¿Confiesan que la izquierda ha mentido? No. Cambian el registro de la acusación y pasan ahora a condenar a Washington por “no haber hecho nada” contra la Operación Cóndor. Sea como sea, los americanos tienen que quedarse con el papel del malo.
En tercer lugar, viene la infalible manipulación de los números. Nuestra prensa afirma y reafirma que el gobierno militar argentino, él solo, “mató a 30 mil personas”. Pues bien, el gobierno argentino era un detestable bando de payasos uniformados; pero ¿sería capaz de tamaña crueldad?
Oigamos a sus propios acusadores.
La famosa Comisión de los Desaparecidos, que puso en circulación internacional esa cifra macabra, la repite tal cual en la apertura de su site en internet: 30 mil muertos. Sin embargo, si vamos al link “Nombres”, descubrimos que la lista de víctimas tiene varias versiones, elaboradas por diferentes entidades de “derechos humanos”, y que la más extensa de ellas sólo trae 10 mil nombres.
Aún así, es un montón de gente. Pero esa cifra es sólo lo que consta en la presentación inicial. Si uno se da el trabajo de examinar la lista, verá que en ella sólo constan… 2.422 víctimas.
De un link a otro, la violencia de los militares argentinos va disminuyendo.
Sólo que, para acabar, de las 2.422 “víctimas”, 1.785 no tienen nombre, lo cual suscita un pequeño problema: si ni siquiera se sabe quién es el sujeto, ¿cómo se puede asegurar que fue matado por motivos políticos?
La fe que la Comisión de los Desaparecidos exige de nosotros no es nada pequeña.
Descontadas las ampliaciones hiperbólicas, tan del gusto de la retórica comunista, nos queda un total líquido y cierto de 687 víctimas de la dictadura militar argentina. Eso basta para montar un señor proceso contra los generales, pero no para considerarlos tan criminosos como sus enemigos.
Están también, sin duda, los desaparecidos. En la lista de la Comisión, son 2.286. Pero, ¡un momento! Para aceptar a priori que cualquier agente comunista desaparecido ha sido necesariamente asesinado, hay que desconocer todo sobre el mundo del espionaje y del terrorismo internacionales, en que la circulación de personas, de nombres, de identidades y de documentos por debajo del tapete es un juego alucinante de prestidigitaciones y disfraces. No es razonable admitir que 2286 desaparecidos sean 2286 víctimas de asesinato mientras nadie se dé el trabajo de averiguar si, con otros nombres, y con un abanico de pasaportes falsos de varias nacionalidades, no reaparecieron en Cuba, en la Unión Soviética, en China, en Colombia o en Porto Alegre. Pero admitamos que todos fueron matados realmente por la dictadura argentina. Sumados a los casos comprobados, serían 2.973 — menos de un quinta parte de la lista de víctimas de Fidel Castro (éstas, sí, conocidas con nombres y con la descripción de las circunstancias de su muerte). ¿Debemos condenar a EUA por “no haber hecho nada” contra los argentinos? ¿O contra Fidel Castro?
Pero, si Washington no hizo nada ni contra unos ni contra otros, nosotros sí que hicimos cosas a favor de Fidel. So pretexto de obtener ventajas petrolíferas que jamás se concretaron, la vanidad “nacionalistera” del presidente Geisel nos hizo cómplices del genocidio angolano, al dar ayuda económica, técnica y militar a la dictadura del MPLA que se mantenía en el poder con el apoyo armado de Cuba. Geisel fue el tipo de dictador nasserista, que ayudaba a los comunistas en el Exterior y les perseguía en casa con el único fin de robarles su papel para quedarse él solo con la gloria de un antiamericanismo que siempre ha tenido buena prensa. El episodio, analizado con más detalles en un artículo del historiador Paulo Diniz publicado en este número de MÍDIA SEM MÁSCARA, muy raramente es recordado en nuestros medios de comunicación, porque él solo basta para desenmascarar a la hipocresía izquierdista reinante y, con ella, a los propios medios de comunicación.

Carta al Diputado José Dirceu

Petrópolis, 18 de septiembre de 2002

Estimado José Dirceu,

He recibido tu propaganda por internet (no sé quién la ha enviado), pero no puedo votar en ti de ningún modo. En la juventud fuimos compañeros de militancia en el “Partidón”, luchamos juntos contra la dictadura militar, pero nuestras vidas han seguido caminos distintos e inconciliables a partir del momento en que tú, por odio a una dictadura, te volviste servidor de otra incomparablemente más violenta y criminal. No me vengas con aquello de que los informes de Amnistía Internacional sobre Cuba son mentirosos, ya que, como toda la izquierda, los considerabas muy válidos y significativos cuando hablaban de Brasil. Y no querrás comparar las 300 víctimas de nuestra dictadura con las 17.000 de la dictadura cubana, y decir que te quedaste en el lado mejor. Ni igualar nuestros 2.000 presos políticos con los 100.000 cubanos. Yo seguí estando contra las dos dictaduras, y juro que lo que escribí contra la brasileña me ocasionó menos tormentos y persecuciones que lo que hoy escribo contra la cubana. Comparados con los periodistas petistas, los “milicos” eran ángeles de tolerancia y paciencia. Sé que, cuanto más subáis en la jerarquía tú y tus compañeros de militancia, más amenazada estará mi libertad, más llena de riesgo mi vida (recibo montones de amenazas de muerte, y no hago de ello un milésimo del alarde que Aloysio Mercadante ha hecho al recibir una sólo). Pero no importa: una vida más o menos poco interesa a personas cuya más alta ocupación en la vida es encubrir con un aura de nobleza la actividad de los narcoguerrilleros colombianos. Tú sabes perfectamente que lo que estoy diciendo es verdad, pero tu vida ha tomado ya un rumbo tan definido, que no puedes echarte atrás movido por un factor tan irrisorio como un escrúpulo de conciencia. ¿Sabías? Tú has sido el único agente del servicio secreto cubano que, un día, dijo adiós al cargo y volvió a casa, como si dejase un banal empleo público de recadero o de mandamás. Nunca, en ochenta años de comunismo, alguien ha conseguido salir del servicio secreto de algún país comunista a no ser por vía de jubilación vigilada, de deserción o de muerte. Tú has sido el primero, y tienes una deuda con el país: contar cómo has conseguido desvincularte de lo indesvinculable. ¿O será que no te has desvinculado tanto? Al menos mientras no me quite esa duda, no podré votar en ti y creo que nadie debería hacerlo. ¿Has pensado lo que los del PT haríais con la reputación de un candidato si descubrieseis un vínculo suyo, viejo o nuevo, con la CIA? Pues creo que lo mismo debe hacerse con alguien que ha estado o está vinculado con el servicio secreto cubano. Por tanto, el único voto que puedo darte es un voto de felicidad, porque personalmente nada tengo contra ti y no te quiero mal.

Con mis mejores votos (en el sentido nada electoral del término),

Olavo de Carvalho

Echando por tierra la historia oficial de 1964

Mídia Sem Máscara, año 1, número 3, 18 de septiembre dee 2002

Ladislav Bittman


¿Creen que los americanos tramaron el golpe del 31 de marzo de 1964? Pues el ex­jefe del espionaje soviético en Brasil cuenta aquí quién inventó esa historia: fue él mismo.


NOTA PREVIA DE OLAVO DE CARVALHO

Desde 1964, la creencia, lanzada por la oposición izquierdista, de que el golpe del 31 de marzo de ese año fue orquestado por los norteamericanos, ha ido conquistando un espacio cada vez más amplio en los medios de comunicación, en los libros de “Historia” y en la enseñanza, hasta convertirse en un dogma que sólo un lunático o un desalmado agente del imperialismo osaría discutir.

Sin embargo, se basa por completo en documentos falsos, forjados por el espionaje checo que, en aquella época, era el brazo de la KGB en Brasil.

Quien ha contado eso con detalle ha sido nada menos que el coordinador de la operación, Ladislav Bittman.

Su confesión está en el libro The KGB And Soviet Disinformation. El libro, publicado en Washington en 1985, ha sido totalmente ignorado en Brasil, tanto por los periodistas como por los llamados “investigadores” académicos.

Esa omisión, que es fruto del desinterés o del interés, ha contribuido enormemente a la consolidación de la mentira como verdad absoluta, transmitida a dos generaciones de lectores y estudiantes.

Hasta 2001, los dueños de la opinión pública todavía podían, verosímilmente, alegar ignorancia. El 17 de febrero de ese año, sin embargo, publiqué en Época un artículo que resumía las revelaciones de Bittman y hacía un llamamiento a la conciencia moral de los periodistas para que alguno de ellos tomase la iniciativa de entrevistar al ex-jefe del espionaje checo.

Inútil. La única respuesta fue un silencio aterrador, más elocuente que mil altavoces en un mitin de Lula.

La leyenda del “golpe tramado por la CIA” ha seguido siendo difundida por todo el país y ha acabado por entrar en los libros didácticos, transmitiendo incluso a los niños en clase una perversa mentira comunista.

“El periódico lucra con la noticia que no sale”, decía Gondim da Fonseca. En la época en que dijo eso los periódicos eran económicamente débiles, y los patrones dictaban la pauta, en efecto, según el molde de sus intereses comerciales. En el nuevo periodismo que ha surgido en Brasil a partir de la década de los 70, actuando en varios campos simultáneamente, la independencia económica de las empresas ha hecho aumentar mucho la autonomía de las redacciones, las cuales han pasado a dictar la línea política de los periódicos al margen de interferencias comerciales. Los periódicos siguen lucrando con las noticias que no salen. Pero el lucro de la omisión ya no es comercial, es político, y no beneficia a los patrones, sino a la militancia izquierdista organizada, perversa y prodigiosamente maquiavélica que hoy domina las redacciones. MSM está acumulando prueba sobre prueba para apoyar esa observación.

El caso de Ladislav Bittman es, entre dichas pruebas, una de las más elocuentes.

¿Qué excusa hay para el silencio general y uniforme de los medios de comunicación respecto a revelaciones tan fundamentales, provenientes de fuente tan libre de sospecha, que podrían modificar de arriba a abajo la visión de cuatro décadas de historia de Brasil? No hay excusa, pero hay explicación: esas revelaciones tenían que ser ocultadas precisamente por eso, porque modificarían la visión oficial de cuatro décadas de Historia de Brasil, consagrada por un pacto de sinvergonzonerías académicas y periodísticas.

También sería exceso de ingenuidad pensar que, con la caída de la URSS, operaciones de desinformación como la que Bittman describe en su libro han dejado de ser realizadas, en Brasil o en cualquier otro país. La KGB sólo ha cambiado de nombre por enésima vez, el servicio secreto chino ha ampliado sus actividades hasta el punto de conseguir influenciar directamente sobre un presidente de EUA, y la rede de contactos del espionaje comunista en el mundo occidental sigue intacta y a pleno rendimiento, principalmente por lo que se refiere al trabajo de los agentes de influencia, que en los medios de comunicación brasileños son abundantes y, en algunos casos, – para quien ha estudiado el asunto – notorios.

La única diferencia entre la situación de hoy y la de hace treinta años, en ese aspecto, es que el fin de la URSS, exactamente como había previsto Anatoliy Golytsin en New Lies for Old, ha sido usado como pretexto para desacreditar, inhibir y reprimir toda investigación, de modo que el trabajo de espías y agentes de influencia comunistas y pro-comunistas nunca se ha desarrollado con tanta libertad y en condiciones tan favorables como ahora. Pero, a tal fin, no sólo ha sido usada la alegación de la caída de la URSS. Las nuevas modas mentales introducidas en Occidente desde la década de los 60 – muchas de ellas creadas directamente por la KGB – también han servido para lo mismo. La fuerza inhibidora de lo “políticamente correcto” fue muy usada durante el gobierno Clinton para bloquear investigaciones contra los terroristas árabes y los espías chinos.

En esas circunstancias, no es muy difícil saber por qué, en Brasil, las denuncias de vinculación del PT con la narcoguerrilla colombiana nunca son investigadas. Por las mismas razones, la CUT [Central Única de los Trabajadores] puede incluso alardear de que tiene ochocientos periodistas en su nómina, sin que nadie de los medios de comunicación vea en ello nada anormal. La cosa está clara: no se paga a agentes de influencia para que se denuncien a sí mismos.

Importantísimo, en este aspecto, es el trabajo de los corresponsales extranjeros. Vladimir Boukovski, en Jugement à Moscou, informa de que ha descubierto en los Archivos del Comité Central del PCUS pruebas de que una buena parte de los corresponsales en París, Londres y Nueva York estaba en la nómina de la KGB.

Para valorar la amplitud de la actividad de ese tipo de corresponsales en Brasil, basta notar que hasta hoy, en muchos periódicos extranjeros – incluido Pravda (cuyas noticias al respecto serán dentro de poco reproducidas en MSM) -, los asesinatos de los alcaldes petistas de Santo André y Campinas todavía constan como obra homicida de grupos de “extrema derecha”, incluso después de haber sido probado que no han sido nada de eso. El envío de desinformación al Exterior es importante para mantener encendida la llama de la opinión pública izquierdista mundial, usada como instrumento de presión para influenciar sobre la política brasileña en los momentos decisivos. El gobierno petista de Rio Grande do Sul, por ejemplo, tiene hoy más apoyo en Londres y París que en Porto Alegre, pero nadie en este país ha intentado hasta hoy rastrear las conexiones políticas de los corresponsales extranjeros que han producido ese milagro.

El texto de Ladislav Bittman tiene por tanto que ser leído no sólo como un relato histórico, sino como un modelo para el análisis de los medios de comunicación brasileños en el presente.

Olavo de Carvalho

 

La desinformación soviética en Brasil y el golpe de 1964

Ladislav Bittman

Extraído de: Ladislav Bittman, The KGB And Soviet Disinformation. An Insider’s View, Washington, Pergamon-Brassey’s, 1985.

Bajo supervisión directa soviética, el departamento de desinformación checo, durante los años siguientes, creó centenares de estratagemas contra Estados Unidos, mejoró antiguas técnicas de falsificación y desarrolló nuevas. Cuando Ivan I. Agayants, el oficial comandante del departamento de desinformación soviético, visitó Praga en 1965, felicitó a sus subordinados checos por sus éxitos e insistió en la necesidad de fortificar la coordinación entre los servicios de inteligencia del Pacto de Varsovia.

La mayoría de esas victorias fue conquistada en países en vías de desarrollo, afectados por un alto índice de paro, complicados problemas sociales, lingüísticos, tribales y económicos, nacionalismo agresivo, influencia de oficiales militares en asuntos políticos y una considerable ingenuidad entre sus líderes políticos. América Latina, con sus fuertes sentimientos antiamericanos, fue campo especialmente fértil y respondió bien a las provocaciones del Este Europeo. Usando México y Uruguay como base de operaciones para el resto del continente, la inteligencia checoslovaca concentró su atención primeramente en Brasil, Argentina y Chile, así como en México y Uruguay.

En febrero de 1965, el servicio me envió a diversos países latinoamericanos, incluidos Brasil y Argentina, para hacer una valoración personal del clima político en aquellos lugares y buscar nuevas ideas operacionales. En aquel tiempo, la inteligencia checa tenía numerosos periodistas a su disposición en América Latina. Dicha inteligencia ejerció su influencia ideológica y financieramente sobre diversos periódicos de México y Uruguay e incluso había poseído un periódico político brasileño hasta abril de 1964. Pero la desinformación estaba tradicionalmente vinculada, en gran parte, a técnicas de falsificación.

La Operación Thomas Mann estaba llegando a su fase conclusiva cuando llegué a Brasil. Su objetivo era probar que la política externa americana en América Latina había sufrido una revisión y transformación fundamentales tras la muerte del presidente John F. Kennedy. Queríamos dar énfasis a una supuesta política americana de explotación y de ingerencia en los asuntos internos de los países latinoamericanos. Según la teoría montada, el Secretario Asistente de Estado, Thomas A. Mann, era el autor y director de la nueva política. Queríamos crear la impresión de que Estados Unidos estaba imponiendo una presión económica injusta a los países sudamericanos que tuviesen políticas desfavorables a las inversiones del capital privado norteamericano. También queríamos crear la impresión de que Estados Unidos estaba forzando a la Organización de Estados Americanos (OEA) a tomar una postura más anticomunista, y a la vez que la CIA planeaba golpes contra los regímenes de Chile, Uruguay, Brasil, México y Cuba. La operación fue proyectada para crear en el público latinoamericano una prevención contra “la nueva política americana de línea dura”, incentivar demostraciones más intensas de sentimientos antiamericanos y colgarle a la CIA el sambenito de consabida urdidora de maquinaciones antidemocráticas.

Algunos canales anónimos eran suficientes para diseminar toda una serie de documentos falsos. El primero – un press release falso de la Agencia de Información de Estados Unidos (USIA) en Rio de Janeiro – contenía los principios fundamentales de la “nueva política externa americana”. En segundo lugar se falsificó una serie de circulares publicadas en nombre de una organización ficticia llamada “Comité para la Lucha contra el Imperialismo Yanqui”. El objetivo declarado de esa organización inexistente era alertar al público latinoamericano sobre la existencia de centenares de agentes de la CIA, del DOD y del FBI, disfrazados de diplomáticos. El tercer documento falso fue una carta escrita supuestamente por J. Edgar Hoover, director del FBI, a Thomas A. Brady, un agente del FBI. La carta atribuía al FBI y a la CIA la ejecución exitosa del golpe de estado brasileño de 1964.

El falso press release de la USIA en Rio de Janeiro fue ciclostilado y distribuido a mediados de febrero de 1964, en un simulacro de sobre de la USIA, a la prensa brasileña y a políticos brasileños escogidos. Una carta de presentación, anexada al release y supuestamente escrita por un funcionario local de la USIA, declaraba que el jefe americano de la misión había mandado romper la carta por ser demasiado franca. El funcionario revelaba que había conseguido salvar varias copias y que las había enviado a la prensa brasileña porque estaba convencido de que el público tenía que saber la verdad. Como conclusión, el remitente anónimo decía que no podía revelar su nombre porque pondría en riesgo su puesto de trabajo.

El 27 de febrero de 1964, la falsificación apareció en el periódico brasileño O Semanário bajo el titular “MANN DECIDE LÍNEA DURA DE EUA: NO SOMOS VENDEDORES AMBULANTES COMO PARA QUE REGATEEN CON NOSOTROS”. Un ataque antiamericano acompañaba al texto del press release falsificado. Algunos días después, el 2 de marzo de 1964, Guerreiro Ramos, un miembro del Partido Laborista Brasileño (PTB), hizo un discurso en el que comentaba la nueva política atribuida a Thomas Mann y concluía que obviamente Estados Unidos había vuelto a la línea dura de John Foster Dulles tras la muerte del presidente Kennedy. (Posteriormente reconoció su equivocación y explicó que la declaración atribuida a Mann se basaba en un documento falso.) En una declaración pública del 3 de marzo, el embajador americano en Rio de Janeiro contestó a funcionarios brasileños que Mann jamás había propuesto tal política y que su embajada jamás había emitido aquel press release.

En los meses siguientes, la prensa izquierdista latinoamericana empleó el nombre de Thomas A. Mann como un símbolo vivo del imperialismo americano. El 29 de abril de 1964, el semanario mexicano pro-comunista Siempre publicó un artículo que hacía referencia al llamado “Plan Thomas Mann contra América Latina”, afirmando que dicho plan perseguía la caída de los gobiernos de Chile, Brasil, Uruguai y Cuba, así como el aislamiento de México durante el año 1964; el periódico uruguayo Época reprodujo la misma acusación el 20 de mayo. Dos semanas después, el primer secretario del Partido Comunista Uruguayo habló en el parlamento, en el contexto de una discusión sobre exportaciones americanas, y acusó a Thomas Mann de “favorecer cínicamente golpes de Estado”. Como la embajada americana en Montevideo – al día siguiente – publicó una nota diciendo que el llamado “Plan Thomas Mann” era una falsedad, el órgano de prensa comunista El Popular contestó, el 5 de junio de 1964, con un artículo significativamente titulado “Mister Mann: Plan de Guerrilla para toda América Latina”. Incluso bastante tiempo más tarde, el 16 de junio de 1965, el periódico izquierdista mexicano El Dia publicó un cuarto de página con un anuncio del “Comité de Coordinación Nacional para el apoyo a la Revolución Cubana”. El artículo declaraba que, en 1964, Mann había liderado la Operación Aislamiento, creada para debilitar la postura de Cuba como líder de la lucha antiimperialista en América Latina.

Como he mencionado antes, una segunda técnica usada en esa campaña de desinformación consistió en la distribución de circulares y manifiestos con el nombre de una organización ficticia, el “Comité para la Lucha contra el Imperialismo Yanqui”. La mayor parte de esos documentos acusaba de espías a representantes norteamericanos en América Latina, incluidos diplomáticos, hombres de negocios y periodistas. La selección de candidatos era relativamente sencilla. Publicaciones americanas contenían valiosos datos biográficos sobre diplomáticos americanos y funcionarios de diversas organizaciones oficiales y privadas americanas que operaban en el exterior. Era fácil seleccionar aquéllos cuya biografía se ajustaba al objetivo del infundio. Esas acusaciones ficticias eran aceptadas la mayoría de las veces como información fiable.

En julio de 1964, el público latinoamericano recibió “prueba” extra de las actividades subversivas americanas en forma de dos cartas falsas firmadas por J. Edgar Hoover. Ambas iban dirigidas a Thomas Brandy, un funcionario del FBI. La primera, fechada en 2 de enero de 1961, era un mensaje de felicitación a Brady con motivo de sus veinte años de servicio en el FBI. Su objetivo era autentificar una segunda carta, fechada en 15 de abril de 1964, dirigida a la misma persona.

 

Washington, D.C
15 de abril de 1964
Personal
Caro Sr. Brady: Mediante la presente quiero expresar mi aprecio personal a cada agente destinado en Brasil, por los servicios prestados en la ejecución de la “Revisión”.

Mi admiración por la forma dinámica y eficiente con que esa operación a gran escala ha sido ejecutada, en tierra extranjera y en condiciones difíciles, me ha movido a expresar mi gratitud. El personal de la CIA ha cumplido bien con su papel y ha conseguido muchas cosas. Sin embargo, los esfuerzos de nuestros agentes han tenido un valor especial. Estoy satisfecho sobre todo de que nuestra participación en el caso se ha mantenido secreta y de que la Administración no ha tenido que hacer declaraciones públicas para negarla. Todos podemos estar orgullosos de la participación crucial del FBI en la protección de la seguridad de la Nación, incluso fuera de sus fronteras.

Sé muy bien que nuestros agentes muchas veces hacen sacrificios personales en el cumplimiento de sus deberes. Las condiciones de vida en Brasil puede que no sean las mejores, pero es realmente muy estimulante saber – por vuestra lealtad y por las actividades mediante las que habéis prestado servicio a vuestro país, de forma crucial aunque callada – que no abandonáis el trabajo. Este espíritu es el que permite que nuestro Bureau afronte hoy con éxito sus graves responsabilidades. Sinceramente, J. E. Hoover

Como trasparece en el texto, la intención de la falsificación era probar la implicación directa americana en la deposición del gobierno brasileño de João Goulart. El servicio checoslovaco habría preferido echar toda la culpa a la CIA, pero el motivo de la inclusión del FBI en la conspiración americana fue muy prosaico: el servicio secreto no tenía el modelo de papel oficial de entonces de la CIA. La falsificación y una de las circulares mencionadas anteriormente aparecieron primero en el periódico argentino Propósitos, el 23 de julio. A esta publicación le siguió una reacción en cadena en la prensa latinoamericana, a medida que los periódicos, uno a uno, se turnaban en denunciar esa “nueva onda de actividad subversiva americana.” *

* Última Hora, Santiago, 24 de julio de 1964; Vistazo, Santiago, 27 de julio de 1964; El Siglo, Santiago, 28 de julio de 1964; El Popular, Montevideo, 28 de julio de 1964; Prensa Latina, Montevideo, 28 de julio de 1964; Marcha, Montevideo, 31 de julio de 1964; Época, Montevideo, 1 de agosto de 1964; Combate, Santiago, 1 de agosto de 1964; El Siglo, Santiago, 2 de agosto de 1964; El Día, Ciudad de México, 17 y 20 de enero de 1965; La Gacota, Bogotá, marzo/abril, 1965; y probablemente muchos más.

Apéndice

Sugerencia a los colegas

Olavo de Carvalho

Época, 17 de Febrero de 2001

¿Por qué nadie entrevista a Ladislav Bittman, el ex-espía checo que lo sabe todo sobre 1964?

Millones de niños brasileños, en las escuelas públicas, son adiestrados para repetir que el golpe militar de 1964 fue obra de Estados Unidos, como parte de un proyecto de endurecimiento general de la política exterior yanqui en América Latina.

¿Saben quién inventó esa historia y la difundió por la prensa de este país? Fue el servicio secreto de Checoslovaquia, que en aquel tiempo subvencionaba a numerosos periodistas y periódicos brasileños.

El jefe del servicio checo de desinformación, Ladislav Bittman, en persona, vino a inspeccionar las fases finales del ingenioso plan que se llamaba “Operación Thomas Mann”. Ese nombre no aludía al novelista, sino al entonces secretario-adjunto de Estado, Thomas A. Mann, que debía pasar como responsable de una “nueva política exterior” de incentivo a los golpes de Estado.

La sinvergonzonería fue realizada a través de la distribución anónima de documentos falsificados, que la prensa y los políticos brasileños, sin la menor comprobación, se tragaron como “pruebas” del intervencionismo americano. El primer paso fue dado en febrero de 1964: un documento con sello y sobre falsos de la Agencia de Información de EUA en Rio de Janeiro, que resumía los principios generales de la “nueva política”. La cosa llegó a los periódicos junto con una carta de un ficticio funcionario americano anónimo, que interpretaba, como en las películas, el papel de héroe oscuro que, juzgando que “el pueblo tiene derecho a saber”, divulgaba el secreto que sus jefes le habían mandado guardar.

El escándalo estalló con grandes titulares y los planes siniestros del Sr. Mann fueron denunciados en el Congreso. El embajador americano desmintió que tales planes existiesen, pero era tarde: toda la prensa y la intelectualidad izquierdistas de las Américas ya se habían movilizado para confirmar la patraña checa. La mentira penetró tan hondo que, tres décadas y media después, el nombre de Thomas A. Mann aún es citado como símbolo vivo del imperialismo intervencionista.

A esa primera falsificación le siguieron varias más, para darle credibilidad, entre ellas una lista de “agentes de la CIA” infiltrados en los medios diplomáticos, empresariales y políticos brasileños, que circuló por los periódicos como de autoría de un “Comité de Lucha Contra el Imperialismo Americano”, que nunca existió fuera de la cabeza de los agentes checos. En realidad, ha confesado Bittman, “no conocíamos ni un sólo agente de la CIA en acción en Brasil”. Pero el montaje más espectacular fue una carta de 15 de abril de 1964, con firma falsificada de J. Edgar Hoover, en la que el jefe del FBI felicitaba a su funcionario Thomas Brady por el éxito de cierta “operación”, que, por el contexto, cualquier lector identificaba inmediatamente con el golpe que había depuesto a João Goulart”.

Toda una bibliografía con pretensiones historiográficas, toda una visión de nuestro pasado y unas cuantas docenas de glorias académicas se han construido sobre esos documentos falsos. Bien, el fraude ya ha sido desenmascarado por uno de sus propios autores, y no fue ayer o anteayer. Bittman contó todo en 1985, tras desertar del servicio secreto checo. Lo que pasa es que hasta hoy esa confesión sigue siendo desconocida por el público brasileño, bloqueada por la amalgama de pereza, ignorancia, interés y complicidad que ha transformado a muchos de nuestros periodistas e intelectuales en agentes de la desinformación checa mucho más diligentes de lo que fue el jefe mismo del servicio checo de desinformación. ¿Cuántos, en esos medios, no continúan actuando como si fuese mucho más ético transmitir a las futuras generaciones, a título de ciencia histórica, la mentira de la que el propio autor renegó hace 15 años?

Neurosis, decía un gran psicólogo que conocí, es una mentira olvidada en la que todavía crees. Redescubrir la verdad sobre 1964 es curar a Brasil. Entrevistar a Ladislav Bittman ya sería un buen comienzo.