Petrópolis, 18 de septiembre de 2002

Estimado José Dirceu,

He recibido tu propaganda por internet (no sé quién la ha enviado), pero no puedo votar en ti de ningún modo. En la juventud fuimos compañeros de militancia en el “Partidón”, luchamos juntos contra la dictadura militar, pero nuestras vidas han seguido caminos distintos e inconciliables a partir del momento en que tú, por odio a una dictadura, te volviste servidor de otra incomparablemente más violenta y criminal. No me vengas con aquello de que los informes de Amnistía Internacional sobre Cuba son mentirosos, ya que, como toda la izquierda, los considerabas muy válidos y significativos cuando hablaban de Brasil. Y no querrás comparar las 300 víctimas de nuestra dictadura con las 17.000 de la dictadura cubana, y decir que te quedaste en el lado mejor. Ni igualar nuestros 2.000 presos políticos con los 100.000 cubanos. Yo seguí estando contra las dos dictaduras, y juro que lo que escribí contra la brasileña me ocasionó menos tormentos y persecuciones que lo que hoy escribo contra la cubana. Comparados con los periodistas petistas, los “milicos” eran ángeles de tolerancia y paciencia. Sé que, cuanto más subáis en la jerarquía tú y tus compañeros de militancia, más amenazada estará mi libertad, más llena de riesgo mi vida (recibo montones de amenazas de muerte, y no hago de ello un milésimo del alarde que Aloysio Mercadante ha hecho al recibir una sólo). Pero no importa: una vida más o menos poco interesa a personas cuya más alta ocupación en la vida es encubrir con un aura de nobleza la actividad de los narcoguerrilleros colombianos. Tú sabes perfectamente que lo que estoy diciendo es verdad, pero tu vida ha tomado ya un rumbo tan definido, que no puedes echarte atrás movido por un factor tan irrisorio como un escrúpulo de conciencia. ¿Sabías? Tú has sido el único agente del servicio secreto cubano que, un día, dijo adiós al cargo y volvió a casa, como si dejase un banal empleo público de recadero o de mandamás. Nunca, en ochenta años de comunismo, alguien ha conseguido salir del servicio secreto de algún país comunista a no ser por vía de jubilación vigilada, de deserción o de muerte. Tú has sido el primero, y tienes una deuda con el país: contar cómo has conseguido desvincularte de lo indesvinculable. ¿O será que no te has desvinculado tanto? Al menos mientras no me quite esa duda, no podré votar en ti y creo que nadie debería hacerlo. ¿Has pensado lo que los del PT haríais con la reputación de un candidato si descubrieseis un vínculo suyo, viejo o nuevo, con la CIA? Pues creo que lo mismo debe hacerse con alguien que ha estado o está vinculado con el servicio secreto cubano. Por tanto, el único voto que puedo darte es un voto de felicidad, porque personalmente nada tengo contra ti y no te quiero mal.

Con mis mejores votos (en el sentido nada electoral del término),

Olavo de Carvalho

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