ONU: REPRESENTANTE VATICANO FAVORECE DICTADURA CASTRISTA

por Armando F. Valladares

Diario Las Américas, Miami, 26 de octubre de 2000

En cuanto católico, cubano y ex preso político manifiesto mi profunda perplejidad con un nuevo y reciente lance de la “ostpolitik” vaticana en relación a Cuba comunista.

El 19 de octubre pp., durante la 55a. sesión de la Asamblea General de la ONU, el arzobispo monseñor Renato Martino, observador permanente de la Santa Sede ante dicho organismo internacional, condenó fuertemente el “uso de medidas económicas coercitivas que atentan contra el desarrollo social de una nación y de su gente”, aludiendo al embargo económico norteamericano en relación al régimen cubano y a otros regímenes implacablemente dictatoriales y anticatólicos (cfr. “La Santa Sede denuncia ante la ONU los efectos nefastos del embargo”, agencia Zenit, Oct. 20, 2000) . Pero no hizo la más mínima referencia a la causa verdadera de los males de Cuba que es el comunismo, un régimen antinatural estatista que niega la propiedad privada y la libre iniciativa, derechos indispensables para el auténtico “desarrollo social” y económico de una nación; un régimen cuya ideología es diametralmente contraria a los Mandamientos de la Ley de Dios y por ello ha sido definida por la Iglesia como “intrínsecamente perversa”.

El comunismo, esa causa profunda de la destrucción de la nación cubana que el arzobispo Martino inexplicablemente no mencionó, no sólo “atenta” contra el “desarrollo social” de la población sino que la ha conducido implacablemente a la más completa ruina espiritual y material.

El diplomático vaticano, al tiempo que endosa la tesis tan del agrado de la “intelligentzia”izquierdista de que sería el embargo económico externo la causa de la miseria del pueblo cubano, encubre el embargo interno impuesto a sangre y fuego por el régimen comunista, el cual asfixia todas las libertades y mutila todos los derechos. Contribuye así, con el peso del prestigio de la Santa Sede, a inocentar, a absolver y, por ende, a favorecer a la dictadura castrista. Es como si un médico, en vez de atribuir el delicado estado de salud de un paciente a la grave enfermedad que lo aqueja (el comunismo), culpase por ese estado a un remedio cuya aplicación y eficacia pueden ser discutibles (el embargo).

Hace dos años, en octubre de 1998, monseñor James Reinert, miembro de la delegación vaticana ante la ONU, a pesar de censurar en su alocución el embargo norteamericano, ponderaba que “la Santa Sede reconoce que existen razones legítimas por las que la comunidad internacional puede recurrir a sanciones” (cfr. Zenit, Oct. 16, 1998). Con lo cual recordaba un principio del derecho internacional tan obvio como lo es la posibilidad, e incluso la obligación de la comunidad de naciones, de aplicar sanciones contra Estados agresores y transgresores. Hoy, el olvido o silencio de dicho principio, junto con la ya mencionada omisión sobre el implacable embargo interno que la tiranía comunista ejerce sobre el pueblo cubano, beneficia a un régimen calificado de “terrorista” por un reciente informe del Departamento de Estado norteamericano debido a la colaboración que está prestando a las crueles guerrillas marxistas que desangran a Colombia y que amenazan transformarla en un Vietnam latinoamericano.

Es del caso mencionar un certero análisis del conocido opositor cubano Dr. Oscar Elías Biscet escrito en mayo de 1999, meses antes de su detención en una de las mazmorras más insalubres del régimen (prisión “Cuba Sí”, provincia de Holguin, Tel. 011-5324-424342 ), y cuya vida corre serio riesgo por causa de las torturas de que está siendo objeto. En un mensaje que pudo conocerse en el exterior a través de periodistas radicados en La Habana, afirmaba el Dr. Biscet que “es el sistema comunista el origen y la causa de la grave situación de los cubanos”; que la “depauperada alimentación” y la “hambruna” del pueblo cubano se deben a la implantación de una “dictadura totalitaria” que sigue el “modelo político-económico soviético”; que “las ayudas humanitarias enviadas para el pueblo cubano son vendidas en tiendas y farmacias área dólar”; que el pueblo cubano es actualmente “rehén del castrocomunismo”; y que “el levantamiento del embargo al gobierno de Cuba tiene que estar condicionado al respeto de los derechos humanos del pueblo, libertad de todos los presos políticos, multipartidismo y elecciones libres” . No es porque sí que el Dr. Oscar Biscet, conocido militante pro-vida con merecida reputación entre los cubanos amantes de la libertad, agoniza hoy en las cárceles comunistas; dígase de pasada, ante la casi completa indiferencia internacional, incluyendo la de conspicuos integrantes de las conferencias episcopales cubana y norteamericana a quienes se ha implorado que intercedan urgentemente por él. La “ostpolitik” vaticana en relación a Cuba comunista no es nueva.

En 1974, monseñor Agostino Casaroli, entonces secretario del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, durante una visita a Cuba llegó a manifestar que “los católicos que viven en la isla son felices dentro del sistema socialista”, según versión difundida por agencias internacionales . Con el curso de los años, esa “ostpolitik” fue sumando dolorosos lances protagonizados por altas figuras eclesiásticas de las Américas, que son de público conocimiento y han sido analizados en documentados estudios editados en el destierro (cfr. Cubanos Desterrados, “¿Hasta cuándo las Américas tolerarán al dictador Castro, el implacable estalinista…? Dos décadas de progresivo acercamiento comuno-católico en la isla presidio del Caribe”, ed. Cubanos Desterrados, Miami, 1990, 174 pp.; y Armando F. Valladares, “El pedido de perdón que no hubo: la colaboración eclesiástica con el comunismo”, Diario Las Americas, Miami, Marzo 22, 2000). Todo lo cual configura una sucesión de hechos que se torna, a cada día que pasa, más inexplicable y dolorosa.

El venerable cardenal eslovaco Ján Korec, de 76 años, un sobreviviente de la persecución comunista en su Patria, en reciente entrevista a un importante diario italiano pone en tela de juicio la alegada eficacia de la “ostpolitik” como medio para obtener la libertad de los católicos y del pueblo cautivo en general. Luego de calificar la “ostpolitik” como una “catástrofe” para la Iglesia eslovaca, porque “liquidó” la resistencia de los católicos que se oponían al comunismo a cambio de “promesas vagas e inciertas de los comunistas”, el cardenal Korec afirma que, del lado comunista ese diálogo diplomático ha sido simplemente una “farsa” que “continúa” hoy en Cuba, China, Corea del Norte y Vietnam . Y pregunta: “¿Por qué, si no, China continúa siendo la misma China, Vietnam continúa siendo el mismo Vietnam y Cuba, sobre todo, sigue siendo la misma Cuba?” A casi tres años de la visita papal, que tantas esperanzas despertara, y en la cual la Santa Sede empeñó todo su prestigio diplomático así como buena parte de su ascendiente espiritual sobre los cubanos, la situación de los fieles católicos y del pueblo en general no podía ser más desoladora. Nada en Cuba comunista ha cambiado para mejor, sino para peor. En momentos en que desde la tribuna de la ONU el arzobispo Martino rompe lanzas contra el embargo externo al régimen cubano, éste, en un despótico acto de embargo interno contra los católicos, calificado justamente por la agencia eclesiástica ACI como “un nuevo gesto de represión anti-católica”, prohibe a la Iglesia la peregrinación nacional de la Cruz de los Jóvenes entregada por S.S. Juan Pablo II a los cubanos que asistieron a la Jornada Mundial de la Juventud en Roma. Este hecho indignante se suma a muchos otros en el mismo sentido que vienen siendo denunciados por las agencias católicas ACI y Fides.

No es la primera vez que me siento en la obligación moral de abordar temas de esta naturaleza. Al igual que en otras ocasiones, me permito reiterar el derecho de un católico de manifestar filialmente sus puntos de vista sobre asuntos tan delicados porque la Iglesia nunca fue, la Iglesia no es, la Iglesia jamás será una cárcel para las conciencias de sus hijos. Tengo la certeza de que se sabrán comprender estos respetuosos comentarios de un fiel católico cubano que en la tristemente célebre prisión de La Cabaña oyó los heroicos gritos de jóvenes mártires católicos que morían en el “paredón” de fusilamiento proclamando “¡Viva Cristo Rey! ¡Abajo el comunismo!” Y ante ese sublime ejemplo de fe, conmovido en lo más profundo de su ser, imploró a la Virgen de la Caridad del Cobre la gracia de rechazar -aún al precio de la propia vida- hasta la más mínima forma de aceptación de la nefasta revolución cubana y el más mínimo acercamiento con el régimen. Actitud basada en la enseñanza tradicional de la Iglesia que condena al comunismo como un “satánico azote”, “intrínsecamente perverso” y considera “inadmisible la colaboración con él en cualquier terreno” (Pio XI, Divini Redemptoris).

Armando F. Valladares, ex preso político cubano, fue embajador de Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, durante las administraciones Reagan y Bush.

Fundacion@Valladares.as

Efeitos da ‘grande marcha’

Olavo de Carvalho


Jornal da Tarde, São Paulo, 26 de outubro de 2000

A Justiça Eleitoral existe, como o próprio nome o diz, para que as eleições sejam justas. Mas ela se compõe de funcionários públicos e, desde que apareceu neste país um fenômeno chamado “a grande marcha da esquerda para dentro do aparelho de Estado”, essa classe vem se tornando cada vez mais suspeita de estar interessada em tudo, menos em eleições justas. Pois a “grande marcha” consiste em ocupar o maior número de empregos públicos, com a finalidade de colocar o aparelho de Estado a serviço de um partido, o qual então passa a exercer o governo sem ser governo, desfrutando das prerrogativas do poder sem as suas concomitantes responsabilidades.

Essa operação foi calculada por seu inventor, Antonio Gramsci, para ser realizada de maneira lenta e sorrateira, de modo que os próprios governantes acabem sendo responsabilizados pelos efeitos globais nefastos das ações de funcionários infiltrados na burocracia para desmoralizá-lo e enfraquecê-lo.

Um exemplo da eficácia alucinante desse procedimento foi obtido já durante o governo militar. O regime, por ser autoritário e não totalitário, desejava a apatia política do povo e não fez nenhum esforço para doutriná-lo segundo os valores do movimento de 1964 (o totalitarismo, ao contrário, exige doutrinação maciça). Essa atitude deixou à mercê da oposição de esquerda a rede de instrumentos editoriais, jornalísticos e escolares de formação da opinião pública (o que, entre outras coisas, resultou na ampliação formidável do mercado de livros esquerdistas). Uma das poucas tentativas de doutrinação feitas pelos militares foi a introdução, nas escolas, das aulas de “Educação Moral e Cívica”. Mas tão displicente foi essa tentativa que o Partido Comunista se aproveitou da oportunidade para lotar de bem treinados agitadores as cátedras da nova disciplina, as quais assim se tornaram uma rede de propaganda comunista subsidiada pelo governo. É claro que muitos professores ideologicamente descomprometidos também se apresentaram para suprir as vagas, mas os militantes faziam o mesmo como tarefa partidária, de modo que, no conjunto, o plano comunista de apropriar-se dos recém-abertos canais de doutrinação não concorreu com uma premeditação igual de signo ideológico contrário, mas apenas com a resistência amorfa de uma massa politicamente indiferente e sem direção. A brutal politização marxista das escolas, que hoje culmina nas barbaridades ideológicas impingidas às crianças pelos manuais publicados pelo próprio Ministério da Educação, começou precisamente aí.

O mais notável foi que, ocupado em reprimir a guerrilha, o governo militar não apenas deu rédea solta à ala “pacífica” e gramsciana da esquerda, mas até lhe concedeu substanciais incentivos. O principal editor comunista da época jamais deixou de receber subsídios oficiais, até que, com a abertura política, começou a ter dificuldades financeiras e acabou vendendo sua empresa.

Jamais interrompida, rarissimamente denunciada, a “grande marcha” parece enfim ter chegado à Justiça Eleitoral, que, nos últimos tempos, tomou pelo menos três decisões bastante suspeitas. Primeiro, proibiu menções adversas à aliança do PT com o movimento “gay” (v. meu artigo no JT de 20 de setembro); depois, mandou distribuir cartazes que incentivavam o eleitor a votar “para mudar”, o que é mensagem de signo ideológico indiscutivelmente nítido; por fim, vetou propagandas do candidato do PPB à Prefeitura de São Paulo que apresentavam sua concorrente como adepta da causa abortista – uma afirmação cuja veracidade é empiricamente confirmável por qualquer um.

Cada uma dessas decisões, isoladamente, pesa pouco. Somadas – se ainda não vierem outras –, talvez não sejam capazes de decidir uma eleição. Mas, na escala minimalista de uma estratégia que aposta antes na somatória de milhares de ações imperceptíveis do que nos riscos da propaganda espetacular, elas vêm engrossar o caudal da “revolução cultural” gramsciana, a mutação sutil e persistente dos padrões de percepção do povo brasileiro, cujos resultados, em São Paulo e em outras cidades importantes, já estão em vias de se traduzir em resultados eleitorais superficialmente limpos e profundamente sujos.

É impossível não ver simultaneamente um efeito da “grande marcha” na greve da polícia pernambucana, claramente ilegal e insurrecional, e em mil e um outros fatos que parecem isolados, mas cuja origem comum está sempre num funcionalismo público bem adestrado para trabalhar contra quem paga seu salário.

Comentários às refutações borrônicas

25 de outubro de 2000

Ao publicar nesta homepage os presentes comentários, enviei ao mesmo tempo a seguinte carta à redação de Época:

Senhor redator: Preferindo guardar meu espaço em Época para coisas mais importantes, coloquei em meu websitehttp://www.olavodecarvalho.org, uma resposta detalhada ao blefe pueril com que, na edição de 21 de outubro, o sr. Luca Borroni-Biancastelli fingiu refutar minhas críticas a Lord Keynes.

Olavo de Carvalho

No meu artigo “Palmas para Keynes” (Época, 16 set. 2000), fiz as seguintes afirmativas: 1. Keynes protegeu o círculo de espiões soviéticos de Cambridge. 2. A proposta econômica de Keynes resultava em fazer do Estado o maior dos capitalistas. 3. O New Deal inspirado em Keynes deu errado e só foi salvo pela eclosão da guerra (que, por definição, favorecia o controle estatal da economia). 4. A famosa sentença “A longo prazo estaremos todos mortos” pode ser lida como resposta de Keynes à crítica de que transformar o Estado em empreendedor geraria inflação através do aumento dos gastos públicos. 5. Os admiradores que louvam Keynes como salvador do capitalismo são sobretudo burocratas esquerdistas aos quais ele deu um lugar de honra no seu novo modelo pseudocapitalista.

Prometendo arrasar mediante seu saber econômico de grosso calibre a minha “pseudo-análise” de leigo, o prof. Luca Borroni-Biancastelli (Época, 21 out. 2000) responde com evasivas às duas primeiras afirmações, nada diz quanto à terceira, falseia os dados históricos para fingir que desmente a quarta, e por fim dá uma boa confirmação involuntária à quinta com sua ira de esquerdista ferido pelas críticas liberais a seu idolatrado Keynes.

Se isso é uma refutação, o prof. Borroni é um triângulo isósceles. Mas não me espantaria que ele acreditasse ser um triângulo isósceles, já que pensa também que meu artigo é uma “pseudo-análise” da teoria de Keynes, quando obviamente não há ali análise nenhuma, quer genuína, quer postiça, mas, precisamente ao contrário, a simples expressão sintética de um julgamento.

É compreensível que quem não sabe distinguir análise de síntese também não saiba a diferença entre uma refutação e a simples expressão de uma discordância irritada, sublinhada pela ostentação grotesca de sentimento de superioridade perfeitamente ilusório que denota antes uma mentalidade de adolescente.

Mas, além de tomar a síntese por análise, o prof. Borroni ainda acredita que ela é sobre a teoria de Keynes. Basta ler meu artigo com atenção para verificar que sobre o conteúdo das idéias de Keynes ele contém, no total, uma só frase, e que essa frase não fala da teoria e sim da proposta prática que o autor dessa teoria houve por bem deduzir dela. Análise é divisão de um todo nas suas partes constituintes, e não se vê como seria possível fazê-la, autêntica ou facticiamente, numa sentença breve e única que, além do mais, não fala de nenhuma delas e se contenta com apontar um efeito histórico do conjunto.

Para ser pseudo-alguma-coisa é preciso ter ao menos uma vaga semelhança com essa coisa, e meu artigo não se parece em nada com uma análise. Ele pode portanto ser tudo o que o prof. Borroni queira, pode ser até um aglomerado de bobagens, mas não pode, em hipótese alguma, ser uma pseudo-análise.

Para um carrancudo Ph. D. empenhado em defender sua jurisdição acadêmica contra o leigo intruso, o prof. Borroni não se revela muito hábil no domínio dos instrumentos elementares de toda linguagem científica.

Para ajudar o ilustre sábio a superar essa sua dificuldade, esclareço, a título de exemplo pedagógico, que o primeiro parágrafo destes comentários é um desmembramento analíticodas partes do meu artigo “Palmas para Keynes” e que o segundo é uma síntese dos defeitos que encontrei na argumentação de seu crítico, os quais, para maior clareza, passo a analisarcriticamente:

1. Em resposta à minha afirmativa de que Lord Keynes favoreceu a espionagem soviética em Cambridge, o prof. Borroni diz: “Quanto às inclinações ideológicas do grande economista, a verdade é que Keynes sempre execrou as idéias de Marx.” Ora, uma acusação de cumplicidade em espionagem não pode, obviamente, ser refutada mediante a alegação das convicções ideológicas do suspeito. Espionagem não é militância, que subentende adesão mental. Espionagem pode-se fazer por profissão, por suborno, por interesse político, por envolvimento forçado, por chantagem, por espírito de aventura, por mil e um motivos dos quais a ideologia não é nem de longe o mais relevante. No círculo de espiões em Cambridge, o autor da mais importante contribuição à URSS foi Ludwig Wittgenstein, cujas crenças políticas estavam ainda mais distantes do marxismo que as de Keynes. Da alegação extemporânea do prof. Borroni só se pode concluir que ele ignora não apenas o que é refutação, mas também o que é espionagem e, ademais, tudo o que aconteceu em Cambridge.

2. À minha afirmativa de que “A mágica besta da economia keynesiana consistia em fazer do Estado o maior dos capitalistas”, o prof. Borroni oferece duas respostas. A primeira assegura, com ponto de exclamação, que “Keynes nuncadefendeu tal tese!”. A segunda, linhas adiante, declara que, para Keynes “o governo só deve assumir a tarefa de promover a retomada do crescimento econômico quando as condições do sistema não permitirem a atuação eficaz do capital privado”. Bem, desde logo seria melhor o prof. Borroni escolher uma das duas respostas, pois elas são incompatíveis: ou Keynes não admitiu que se adotasse nunca a proposta de um Estado-empresário, ou admitiu adotá-la em determinadas circunstâncias. A diferença é, precisamente, a que existe entre nada e alguma coisa. Essa distinção pode ser obscura e dificultosa para o prof. Borroni, mas não creio que o seja para o restante da humanidade.

Ademais, há nesse caso um outro aspecto que, como aliás praticamente todos os demais, passou despercebido ao nosso Ph. D.: é que, se Keynes só admitia o Estado-empresário em certas circunstâncias, isto é, “quando as condições não permitirem a atuação eficaz do capital privado”, essas eram precisamente, segundo ele próprio, as circunstâncias  vigentes no momento em que ele publicou sua Teoria e, de modo geral, em toda a fase histórica que vai do fim da I Guerra Mundial até… a morte de Keynes! Ou seja: Keynes “nunca” admitiu a transformação do Estado em empresário, exceto… durante o tempo todo em que viveu.

A resposta do prof. Borroni é, portanto, apenas uma tentativa frustrada de lançar uma cortina de fumaça sobre aquilo que todo mundo sabe: malgrado todas as mediações e atenuações teóricas possíveis, que na prática ficaram sem efeito, a proposta de Keynes consistiu, sim, em fazer do Estado o maior dos empresários, aumentando desmedidamente os gastos públicos e elevando a inflação a alturas estratosféricas.

3. Embora a afirmação do completo fracasso da aplicação das propostas keynesianas nos Estados Unidos esteja no centro mesmo do meu argumento contra Keynes, o prof. Borroni nada lhe responde. A omissão é significativa, pois, se um sujeito ameaça dar cabo de nossas opiniões e depois, em vez de mirar bem no coração e acertá-las com um tiro mortal, fica tentando roer pelas bordas com uma boca sem dentes, a única conclusão possível é que não estamos diante de um adversário sério, mas de um ignorante muito fraco e abusado.

4. Segundo meu artigo, à crítica de que transformar o Estado em empreendedor geraria inflação através do aumento dos gastos públicos Keynes teria respondido com sua célebre evasiva “A longo prazo estaremos todos mortos.” O prof. Borroni acusa-me de citar a frase fora do contexto e informa que ela, na verdade, foi uma crítica a Alfred Marshall.

Bem, é certo dizer que coloquei a citação fora do contexto, mas o prof. Borroni faz pior: coloca-a num contexto falso.

Na verdade puramente textual, a frase não foi dita nem para defender a teoria do próprio Keynes nem para atacar a de qualquer outro. Foi apenas uma observação a propósito de empréstimos de guerra concedidos pelo Tesouro inglês em 1917 e cujo retorno estava demorando mais do que o esperado. (1)

Eu e o prof. Borroni, portanto, ambos cometemos o mesmo delito. Não é delito grave, em si mesmo. Uma frase dita em determinada ocasião por um pensador pode ser perfeitamente usada para resumir ou parafrasear coisas que ele disse em outra ocasiâo, caso o sentido geral coincida ao menos esquematicamente. Por exemplo, Karl Marx não disse em parte alguma de O Capital que “a moderna sociedade burguesa não eliminou os antagonismos de classe”. Ele disse isso noManifesto Comunista, trinta anos antes, mas a frase resume, de antemão, páginas e páginas de O Capital. Portanto, num texto jornalístico, sem obrigatória fidelidade literal ou remissão científica a fontes textuais, não haveria nada de mais em usar essa frase como alusão à doutrina de O Capital.

Identicamente, não é abuso usar da frase de Keynes sobre o empréstimo de 1917, seja para resumir sua atitude ante as advertências de seus críticos, seja para condensar sua crítica a Marshall, pois o sentido é esquematicamente o mesmo em ambos os casos e em ambos trata-se apenas de aludir e resumir sem distorcer. Na verdade, o uso dessa frase como uma espécie de síntese da atitude intelectual de Keynes tornou-se geral entre economistas e não-economistas, keynesianos ou antikeynesianos, mais ou menos como se faz com o “Eppur si muove” de Galileu ou o “Cogito ergo sum” de Descartes, também citados abundantemente fora de contexto, sem qualquer prejuízo do sentido geral das idéias que resumem. Não há nisso nada de especialmente perverso.

A perversão começa no preciso momento em que o prof. Borroni tenta induzir o leitor a crer que, das duas alusões deslocadas, uma é abusiva troca de contexto e a outra, a sua, uma rigorosa citação textual. Aí já abandonamos o terreno da licença jornalística e entramos no da falsificação de fontes.

Nossos delitos, pois, não são o mesmo. A diferença é a que existe entre uma figura de estilo usada para abreviar a explicação e uma fraude concebida para fins difamatórios.

5. Que os louvores a Keynes como salvador do capitalismo venham sobretudo de pessoas que teriam tudo para odiá-lo se ele realmente o fosse, é coisa que não preciso provar, pois o próprio prof. Borroni o prova no momento em que qualifica minhas críticas de “apologia da direita econômica mais obtusa”. A palavra “direitista”, certamente, só pode ser um insulto desde o ponto de vista da esquerda, e é este o ponto de vista que o prof. Borroni subscreve ao fazer a apologia de Keynes.

O tom irritado das suas observações, o nervosismo de uma lógica que se atropela e esborracha em autocontradições a cada linha bem mostram que o prof. Borroni ressentiu minhas críticas a Keynes como uma ofensa intolerável à dignidade do ofício de economista que ele crê, por motivos insondáveis, representar muito bem. E tão piamente ele se imagina a encarnação mesma do saber acadêmico nessa área, que, sem a menor suspeita de que possa ter-se enganado, ele supõe que quem quer que diga as coisas que eu disse de Keynes só pode tê-las aprendido de ouvir-dizer ou de introduções populares de segunda-mão escritas por leigos.

Bem, mesmo que essa conjetura fosse verídica, ela não bastaria para impugnar essas críticas como “velhos chavões desprovidos de qualquer fundamento científico”, precisamente porque o valor de uma crítica não está no prestígio acadêmico da sua fonte, mas na veracidade do seu conteúdo.

Mas o fato é que, ao embarcar nessa suposição com fé de carbonário, o prof. Borroni só revela a sua completa ignorância de que tais críticas a Keynes – e outras muito mais graves – não constam só de livretos populares e sim de obras fundamentais da economia, que, por não as conhecer, ele imagina inexistentes e impossíveis de existir.

Ludwig von Mises, por exemplo, o mestre da escola austríaca, e indiscutivelmente um clássico da ciência econômica, diz que a esperança de corrigir as distorções da economia mediante a intervenção do Estado “é a fábula de Papai Noel elevada por Lord Keynes à dignidade de doutrina econômica, entusiasticamente apoiada por todos aqueles que esperam obter vantagens pessoais com os gastos do governo” (2). É o mesmo que eu digo em “Palmas para Keynes”. O prof. Borroni pode alegar que isso é “de direita” e que ser de direita é o supremo pecado. Mas terá a cara de pau de alegar que é opinião de não-economista ou citação extraída de manual popular? Do mesmo modo, não será um excesso de presunção crer, sem exame, que nada se pode alegar contra Keynes exceto “velhos chavões sem valor científico”, quando a própria doutrina de Keynes é descrita por von Mises como uma coleção de “crenças populares racionalizadas e elevadas à categoria de uma doutrina quase-econômica”?

Por que ludibriar o público, levando-o a imaginar que está diante de um confronto entre o saber especializado e a ignorância leiga, quando os ataques a Keynes não partem de fontes estranhas à ciência econômica, mas de economistas muito mais qualificados que um milhão de Borronis?

Mais adiante, diz von Mises: “Na prática, todos esses expedientes de uma suposta política de pleno emprego mais cedo ou mais tarde conduzem à instauração de um socialismo modelo alemão (nazismo).” Terá o prof. Borroni a desfaçatez de negar que a política econômica keynesiana do governo Roosevelt se apoiou em medidas policiais e repressivas, com campo de concentração e tudo? Se tem, que leia então John T. Flynn, The Roosevelt Myth (3), e depois opine com conhecimento de causa, em vez de presumir que a exibição caipira de títulos acadêmicos substitui com vantagem a informação exata e o estudo sério.

O mais curioso no texto do prof. Borroni é sua confissão final de que Keynes tinha “escasso interesse pela máquina burocrática estatal” e que isso constitui “um ponto frágil” da sua doutrina, bem como, aliás, da de Marx. Ora, esse desinteresse, mais que mera fragilidade teórica do pensamento de Keynes, revela nele (como também em Marx) uma espantosa leviandade e um imoral desinteresse pelos meios práticos de realização de suas idéias. Pois, se a burocracia é o instrumento por excelência da mudança, ignorá-la é simplesmente falsear por completo o próprio raciocínio econômico, produzindo a impressão de que o Estado é um Deus ex machina que pode agir sobre a economia sem depender dela, sem ser sustentado por ela, dando miraculosamente ao povo algo que não tomou desse mesmo povo. É desencadear conseqüências econômicas, políticas e sociais monstruosas, cuja previsão deve constituir motivo de inquietação para todos, exceto para o teórico nefelibata que, do alto da sua torre de marfim, considera o mundo um jogo intelectual e, seguro de estar morto a longo prazo, faz dos destinos da humanidade um brinquedo, como O Grande Ditador de Charlie Chaplin.

Por isso mesmo, não considero imprópria a linguagem com que falei de John Maynard Keynes. Segundo o prof. Borroni, é linguagem “de taberna”, porque usa o termo “desgraçado”. Mas “desgraçado” é termo religioso: designa aquele que foi excluído da Graça. Keynes e seu círculo de amiguinhos em Cambridge estavam bem cientes de sua radical inimizade a um Deus que não chegavam a declarar inexistente. Por isso mesmo, numa caricatura explícita, denominaram “Os Apóstolos” a seu grupo, unido não no amor de Cristo, mas na mútua sedução erótica e na comum afeição a jogos intelectuais de um artificialismo sem par, entre os quais o mais divertido era a espionagem a serviço de uma ideologia assassina na qual nem sequer acreditavam: se podiam brincar com o inferno, por que não haveriam de brincar com os destinos da Terra?

Esse aspecto das coisas é fundamental para quem deseje compreender a inspiração que movia o grupo de Cambridge. Posso falar dele com mais detalhe, numa outra ocasião. Mas ele está tão longe do círculo de visão do prof. Borroni quanto a burocracia estava longe das cogitações daquele que, brincando, brincando, entregou a ela as chaves da onipotência. Por isso, em vez da associação bíblica que o autor do texto teve em vista, a palavra “desgraçado” só traz ao seu pretenso crítico a evocação extemporânea de um ambiente de taberna em cuja conversação, decerto, predominam expressões de teor bem diverso, provavelmente até mais adequadas a descrever o caráter de Lord Keynes. Nisto, como em tudo o mais, o prof. Borroni passou longe da questão. Talvez assim seja melhor: ele não tem ainda nem o saber nem a maturidade espiritual necessários para tomar consciência do tipo de jogo em que se meteu.

Olavo de Carvalho

Notas

(1) Collected Works, vol. IV, p. 65.

(2) Ação Humana. Um Tratado de Economia, trad. Donald Stewart Jr., Rio, Instituto Liberal, 2a. ed., 1995, p. 748.

(3) Old Greenwich, Connecticut, Popsvox Publishing, 1997.