Olavo de Carvalho
O Globo, 28 de septiembre de 2002

El jueves, en el Jornal Nacional, William Bonner hizo al candidato Luiz Inácio Lula da Silva una pregunta sobre las Farc. En la TV todo es muy rápido, inevitablemente superficial, y por eso tal vez el público ni siquiera se dio cuenta del porqué de la pregunta ni de su conexión con la persona del entrevistado. La respuesta se encargó de hacer más obscura aún esa conexión, llevando al espectador a creer que se trataba meramente de una comparación retórica entre dos estilos de hacer política de izquierda: violencia en Colombia, “paz y amor” en Brasil. Comparación muy lisonjera para una de las partes, sin depreciación explícita de la otra.

Pero la lógica de la pregunta iba mucho más allá de la banalidad en que la transformó la respuesta. Para captar su sentido, es necesario exponer con cierto detalle las premisas factuales que la fundamentan:

1. Fernandinho Beira-Mar confesó que adquiría regularmente de las Farc 200 toneladas de cocaína por año, casi un tercio de la producción colombiana, pagando una parte en dinero, otra en armas. A parte de la confesión, existe la prueba documental: el laptop del traficante, aprehendido por los militares colombianos, contenía una lista de las últimas transacciones entre él y las Farc. Leonardo Dias Mendonça, socio de Beira-Mar, está acusado por la Policía Federal de ser el mayor transportador a Brasil de drogas de las Farc.

2. El candidato del PT a la presidencia de la República tiene con las Farc una relación más que meramente amistosa. Él y la guerrilla colombiana han firmado, en las reuniones del Foro de São Paulo, sucesivos pactos de solidaridad mutua, subscritos también por otras organizaciones comunistas y socialistas, algunas abiertamente revolucionarias. El texto de esos pactos está reproducido en el propio site del Foro, http://www.forosaopaulo.org/.

3. Si, vistas esas dos series de constataciones, sería ligereza aceptar in limine las alegaciones de los jefes de las Farc que declaran inocentes a éstas de cualquier implicación directa en el narcotráfico – pues, en definitiva, una confesión, una prueba documental y una sospecha por indicios, sumadas, dan algo más que una mera conjetura –, idéntica ligereza sería extraer de esos hechos, sin más ni más, alguna conclusión que incrimine al candidato petista como cómplice consciente de actividad ilícita.

4. No obstante, quedan los pactos. La promesa contenida en esos documentos no es parcial ni relativa: es total e incondicional. El candidato ha sido rigurosamente fiel a la misma, defendiendo con insistencia la buena imagen de la guerrilla colombiana y actuando como el más prestigioso portavoz nacional de las alegaciones en favor de ésta.

5. Sin embargo, como eventual presidente de la República tendrá, y como candidato ya tiene, otro y muy distinto compromiso que cumplir: el compromiso con el Estado brasileño, con la nación brasileña, con las leyes brasileñas.

6. Esas dos lealtades son manifiestamente incompatibles, en cualquier grado y en cualquier sentido que sea: un presidente de la República no puede ser el fiel guardián de las leyes de su país si, de antemano, está ya comprometido con la defensa de una entidad posiblemente criminosa, sometida a investigación por parte de las autoridades brasileñas. Incluso un abogado, en el ejercicio de sus tareas profesionales, estaría ya moralmente impedido de ejercer la presidencia de la República en el caso de estar vinculado a alguna empresa acusada de simple evasión de impuestos. ¿Cuánto más no lo estará entonces aquél que, sin ningún deber de oficio, y tan sólo por opción personal, sube al cargo trayendo consigo el gravamen insoportable de un compromiso firmado con organización ilegal, bajo sospecha de crímenes infinitamente más graves que meros delitos fiscales, de crímenes verdaderamente hediondos, que conllevan daños temibles para la seguridad nacional y el macabro desperdicio de millares de vidas humanas en el consumo de drogas y en inacabables guerras de traficantes entre sí y con la policía?

7. Una vez elegido, el Sr. Luís Inácio Lula da Silva tendrá que abjurar públicamente de uno de esos dos pactos: de su compromiso de correligionario con las Farc o de su compromiso de presidente con la nación brasileña. Si firma el acta de toma de posesión y ejerce el cargo aunque sólo sea un día, un minuto, sin hacer explícita su elección, sin tachar una de sus firmas para hacer valer la otra, este país habrá abjurado de sí mismo, haciendo una apuesta ciega en la buena reputación de las Farc muy por encima de nuestra Constitución, de nuestras leyes y de la soberanía nacional.

8. Que, incluso antes de eso, al presentarse como candidato y mantenerse en campaña durante meses, ese hombre se abstenga de decir al menos una palabra al respecto; que en vez de eso continúe cultivando indefinidamente la doble lealtad bajo un manto nebuloso de evasivas y rodeos, es, cuanto menos, un signo de conciencia moral laxa, poco exigente, dada más a la esperanza loca de los avenimientos imposibles que al valor viril de las elecciones decisivas.

9. Que, por otra parte, muchos brasileños, sabiendo de la contradicción latente en esa candidatura, esquiven exigir a su titular la abjuración explícita e inequívoca de compromisos incompatibles con la dignidad presidencial, constituye un hecho que no pretendo explicar de manera alguna, pues eso conllevaría investigaciones complejas que transcienden el objeto del presente artículo, pero del que, un día, esas criaturas tendrán que responder, al menos, ante el tribunal de sus conciencias.

William Bonner ya no corre ese riesgo. Él ha hecho su parte, y le felicito efusivamente por eso. Hago aquí la mía, exigiendo al Sr. Luís Inácio: escoja una de las dos lealtades, renunciando a la otra sin tergiversaciones o medias palabras, o renuncie a la confianza que tantos brasileños depositan en su persona.

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