Olavo de Carvalho

O Globo, 17 de agosto de 2002

En una entrevista publicada por un periódico árabe de Londres y reproducida en el diario palestino Al Quds de 2 de agosto, Yasser Arafat ha proclamado fidelidad una vez más a los ideales de su maestro Hajj Amin al-Husseini, a quien ha llamado “nuestro héroe”.

Al-Husseini, gran mufti de Jerusalén durante la II Guerra, fue aliado de Adolf Hitler y apologista de la “solución final”, pero no hay que acusarle de haber sido sólo un charlatán inconsecuente: pasó de las palabras a los hechos, reclutando para las SS docenas de miles de musulmanes de Bosnia y de Albania, que participaron activamente en la matanza de servios, judíos y gitanos.

En marzo de 1944, en pleno auge del Holocausto y tres años antes de la fundación del Estado de Israel, Al-Husseini hizo una cordial visita al Führer y le pidió que ampliase a los territorios palestinos el plan nazi de exterminio de judíos. No satisfecho con meras conversaciones de despacho, exclamó en una entrevista que le hizo una radio de Berlín: “¡Árabes! Matad a los judíos donde los encontréis. Eso agrada a Dios, a la historia y a la religión.”

Arafat fue protegido de Al-Husseini durante cuarenta años, pero la bondad del maestro para con su discípulo tampoco se quedó en palabras: el gran mufti hizo venir de Berlín técnicos de las SS para aprimar el entrenamiento militar de su pupilo, quien demostró ser un chico aventajado.

Tan aventajado que, hoy, medio siglo después, se ha convertido en una especie de ser portentoso, encarnación viva de la coincidentia oppositorum: por un lado, recibe el apoyo enfático de todas las organizaciones neo-nazis del mundo; por otro, los medios de comunicación considerados ilustrados no le llaman nazi a él sino al imprudente que se aventura a hablar mal de él y de sus socios queridos, Saddam Hussein, Fidel Castro, las Farc y la muchachada enragée del Forum Social Mundial.

Quizá esa paradoja se explique por el hecho de que la organización que preside, la OLP, fue creada por la KGB (¿lo sabías?) a partir de fragmentos de organizaciones palestinas más antiguas. La URSS fue también la que rearmó al Ejército alemán con la intención de usar a los nazis como detonante del proceso revolucionario, y luego, cuando los maniobrados se revolvieron contra el maniobrista invadiendo el territorio soviético en vez de seguir fielmente el plan original de Stalin, lanzó una vasta campaña mundial de anti-nazismo retroactivo, imponiendo hasta hoy como verdad indiscutible la leyenda que hace del socialismo el enemigo natural en vez del padre del nazismo. Pocas mentiras antiguas conservan aún, como ésa, el atractivo nostálgico de la literatura anti-nazi producida a toda prisa en los años 40, por encargo de Stalin, para camuflar ex post facto su desastrosa colaboración en la producción de la II Guerra Mundial.

Gracias a la fuerza residual de esa mezcla entorpecedora de maquiavelismo y de retórica sentimental, la elite parlante de Occidente (por ejemplo, el noventa por ciento del personal de nuestras redacciones) puede hoy hacer causa común con Arafat y los neo-nazis y al mismo tempo llenarse de bríos anti-nazis, casi llorando de indignada emoción, al hablar contra Israel y EUA.

La mentira es la mayor fuerza enloquecedora del universo. Guiado por ella, el más inteligente de los hombres se pone dócilmente al servicio de lo que profesa odiar, y no tiene ni idea del abismo de paradojas en que se sumerge su puerca vida. ¡Y ni se te ocurra intentar llamarle la atención! Es impresionante la de e-mails indignados que he recibido de sujetos que me acusan de ser un monstruo, porque intento destruir sus bellos sueños. Y si les digo que son mantenidos soñando para ser utilizados en la producción de la más espantosa de las realidades, me contestan que soy un alma perversa, cargada de odio, tan diferente de Arafat y Fidel Castro, esas flores del puro amor.

No es de extrañar que tantas almas, educadas sobre esa base, padezcan lo que llamo “síndrome de la desconfianza retorcida”: miran con suspicacia paranoica a EUA y a Israel, adivinando conspiraciones mortíferas, a la vez que nunca, nunca osan ni siquiera entrever alguna intención maliciosa en lo que viene del otro lado. Rechazan la hipótesis in limine, sin necesidad de verificación, incluso cuando se trata de profesionales del periodismo, que se ufanan de verificarlo todo. ¿Fidel Castro, metido en el narcotráfico? ¡Anatema! ¿China, financiando terroristas? ¡Locura! ¿Matanza de blancos en Sudáfrica? ¡Calumnia! Y no se hable más. Sinistra locuta, causa finita. Ni de lejos pasa por la cabeza de esos benditos que hay una diferencia entre la dosis de maquiavelismo asesino posible en una democracia, donde todo puede ser investigado por los medios de comunicación, y en un régimen como el de Cuba o de China, donde los canales de información son controlados por el gobierno. Se creen que Bush se pasa el día tramando conspiraciones en el sótano y que Fidel y Arafat son la transparencia encarnada. No vislumbran ni de lejos la hipótesis de examinar con igual desconfianza — e igual candor – ambos lados. Claro: si hiciesen eso, como lo hice yo, despertarían de su sueño embriagante y no soportarían la humillación de saber que fueron idiotas útiles. Sé que todo lo que provenga de mí será leído sesgadamente, pero, por si sirve para algo, dejo mi testimonio: yo también pasé por esa humillación. Me hizo mucho bien.

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Tres libros que el lector no debe perderse: O PT em Pílulas, de Adolpho João de Paula Couto (Porto Alegre, Fundação Milton Campos), Da Moral em Economia, de J. O. de Meira Penna (Rio, UniverCidade), y PT na Encruzilhada: Socialdemolcracia, Demagogia ou Revolução?, de Denis L. Rosenfield (Porto Alegre, Leitura XXI). Indispensables para el que quiera comprender el Brasil de hoy.

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