por Armando F. Valladares

Diario Las Américas, Miami, 26 de octubre de 2000

En cuanto católico, cubano y ex preso político manifiesto mi profunda perplejidad con un nuevo y reciente lance de la “ostpolitik” vaticana en relación a Cuba comunista.

El 19 de octubre pp., durante la 55a. sesión de la Asamblea General de la ONU, el arzobispo monseñor Renato Martino, observador permanente de la Santa Sede ante dicho organismo internacional, condenó fuertemente el “uso de medidas económicas coercitivas que atentan contra el desarrollo social de una nación y de su gente”, aludiendo al embargo económico norteamericano en relación al régimen cubano y a otros regímenes implacablemente dictatoriales y anticatólicos (cfr. “La Santa Sede denuncia ante la ONU los efectos nefastos del embargo”, agencia Zenit, Oct. 20, 2000) . Pero no hizo la más mínima referencia a la causa verdadera de los males de Cuba que es el comunismo, un régimen antinatural estatista que niega la propiedad privada y la libre iniciativa, derechos indispensables para el auténtico “desarrollo social” y económico de una nación; un régimen cuya ideología es diametralmente contraria a los Mandamientos de la Ley de Dios y por ello ha sido definida por la Iglesia como “intrínsecamente perversa”.

El comunismo, esa causa profunda de la destrucción de la nación cubana que el arzobispo Martino inexplicablemente no mencionó, no sólo “atenta” contra el “desarrollo social” de la población sino que la ha conducido implacablemente a la más completa ruina espiritual y material.

El diplomático vaticano, al tiempo que endosa la tesis tan del agrado de la “intelligentzia”izquierdista de que sería el embargo económico externo la causa de la miseria del pueblo cubano, encubre el embargo interno impuesto a sangre y fuego por el régimen comunista, el cual asfixia todas las libertades y mutila todos los derechos. Contribuye así, con el peso del prestigio de la Santa Sede, a inocentar, a absolver y, por ende, a favorecer a la dictadura castrista. Es como si un médico, en vez de atribuir el delicado estado de salud de un paciente a la grave enfermedad que lo aqueja (el comunismo), culpase por ese estado a un remedio cuya aplicación y eficacia pueden ser discutibles (el embargo).

Hace dos años, en octubre de 1998, monseñor James Reinert, miembro de la delegación vaticana ante la ONU, a pesar de censurar en su alocución el embargo norteamericano, ponderaba que “la Santa Sede reconoce que existen razones legítimas por las que la comunidad internacional puede recurrir a sanciones” (cfr. Zenit, Oct. 16, 1998). Con lo cual recordaba un principio del derecho internacional tan obvio como lo es la posibilidad, e incluso la obligación de la comunidad de naciones, de aplicar sanciones contra Estados agresores y transgresores. Hoy, el olvido o silencio de dicho principio, junto con la ya mencionada omisión sobre el implacable embargo interno que la tiranía comunista ejerce sobre el pueblo cubano, beneficia a un régimen calificado de “terrorista” por un reciente informe del Departamento de Estado norteamericano debido a la colaboración que está prestando a las crueles guerrillas marxistas que desangran a Colombia y que amenazan transformarla en un Vietnam latinoamericano.

Es del caso mencionar un certero análisis del conocido opositor cubano Dr. Oscar Elías Biscet escrito en mayo de 1999, meses antes de su detención en una de las mazmorras más insalubres del régimen (prisión “Cuba Sí”, provincia de Holguin, Tel. 011-5324-424342 ), y cuya vida corre serio riesgo por causa de las torturas de que está siendo objeto. En un mensaje que pudo conocerse en el exterior a través de periodistas radicados en La Habana, afirmaba el Dr. Biscet que “es el sistema comunista el origen y la causa de la grave situación de los cubanos”; que la “depauperada alimentación” y la “hambruna” del pueblo cubano se deben a la implantación de una “dictadura totalitaria” que sigue el “modelo político-económico soviético”; que “las ayudas humanitarias enviadas para el pueblo cubano son vendidas en tiendas y farmacias área dólar”; que el pueblo cubano es actualmente “rehén del castrocomunismo”; y que “el levantamiento del embargo al gobierno de Cuba tiene que estar condicionado al respeto de los derechos humanos del pueblo, libertad de todos los presos políticos, multipartidismo y elecciones libres” . No es porque sí que el Dr. Oscar Biscet, conocido militante pro-vida con merecida reputación entre los cubanos amantes de la libertad, agoniza hoy en las cárceles comunistas; dígase de pasada, ante la casi completa indiferencia internacional, incluyendo la de conspicuos integrantes de las conferencias episcopales cubana y norteamericana a quienes se ha implorado que intercedan urgentemente por él. La “ostpolitik” vaticana en relación a Cuba comunista no es nueva.

En 1974, monseñor Agostino Casaroli, entonces secretario del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia, durante una visita a Cuba llegó a manifestar que “los católicos que viven en la isla son felices dentro del sistema socialista”, según versión difundida por agencias internacionales . Con el curso de los años, esa “ostpolitik” fue sumando dolorosos lances protagonizados por altas figuras eclesiásticas de las Américas, que son de público conocimiento y han sido analizados en documentados estudios editados en el destierro (cfr. Cubanos Desterrados, “¿Hasta cuándo las Américas tolerarán al dictador Castro, el implacable estalinista…? Dos décadas de progresivo acercamiento comuno-católico en la isla presidio del Caribe”, ed. Cubanos Desterrados, Miami, 1990, 174 pp.; y Armando F. Valladares, “El pedido de perdón que no hubo: la colaboración eclesiástica con el comunismo”, Diario Las Americas, Miami, Marzo 22, 2000). Todo lo cual configura una sucesión de hechos que se torna, a cada día que pasa, más inexplicable y dolorosa.

El venerable cardenal eslovaco Ján Korec, de 76 años, un sobreviviente de la persecución comunista en su Patria, en reciente entrevista a un importante diario italiano pone en tela de juicio la alegada eficacia de la “ostpolitik” como medio para obtener la libertad de los católicos y del pueblo cautivo en general. Luego de calificar la “ostpolitik” como una “catástrofe” para la Iglesia eslovaca, porque “liquidó” la resistencia de los católicos que se oponían al comunismo a cambio de “promesas vagas e inciertas de los comunistas”, el cardenal Korec afirma que, del lado comunista ese diálogo diplomático ha sido simplemente una “farsa” que “continúa” hoy en Cuba, China, Corea del Norte y Vietnam . Y pregunta: “¿Por qué, si no, China continúa siendo la misma China, Vietnam continúa siendo el mismo Vietnam y Cuba, sobre todo, sigue siendo la misma Cuba?” A casi tres años de la visita papal, que tantas esperanzas despertara, y en la cual la Santa Sede empeñó todo su prestigio diplomático así como buena parte de su ascendiente espiritual sobre los cubanos, la situación de los fieles católicos y del pueblo en general no podía ser más desoladora. Nada en Cuba comunista ha cambiado para mejor, sino para peor. En momentos en que desde la tribuna de la ONU el arzobispo Martino rompe lanzas contra el embargo externo al régimen cubano, éste, en un despótico acto de embargo interno contra los católicos, calificado justamente por la agencia eclesiástica ACI como “un nuevo gesto de represión anti-católica”, prohibe a la Iglesia la peregrinación nacional de la Cruz de los Jóvenes entregada por S.S. Juan Pablo II a los cubanos que asistieron a la Jornada Mundial de la Juventud en Roma. Este hecho indignante se suma a muchos otros en el mismo sentido que vienen siendo denunciados por las agencias católicas ACI y Fides.

No es la primera vez que me siento en la obligación moral de abordar temas de esta naturaleza. Al igual que en otras ocasiones, me permito reiterar el derecho de un católico de manifestar filialmente sus puntos de vista sobre asuntos tan delicados porque la Iglesia nunca fue, la Iglesia no es, la Iglesia jamás será una cárcel para las conciencias de sus hijos. Tengo la certeza de que se sabrán comprender estos respetuosos comentarios de un fiel católico cubano que en la tristemente célebre prisión de La Cabaña oyó los heroicos gritos de jóvenes mártires católicos que morían en el “paredón” de fusilamiento proclamando “¡Viva Cristo Rey! ¡Abajo el comunismo!” Y ante ese sublime ejemplo de fe, conmovido en lo más profundo de su ser, imploró a la Virgen de la Caridad del Cobre la gracia de rechazar -aún al precio de la propia vida- hasta la más mínima forma de aceptación de la nefasta revolución cubana y el más mínimo acercamiento con el régimen. Actitud basada en la enseñanza tradicional de la Iglesia que condena al comunismo como un “satánico azote”, “intrínsecamente perverso” y considera “inadmisible la colaboración con él en cualquier terreno” (Pio XI, Divini Redemptoris).

Armando F. Valladares, ex preso político cubano, fue embajador de Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, durante las administraciones Reagan y Bush.

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