Olavo de Carvalho

O Globo, 7 de septiembre de 2002

Ante el hecho consumado del derrocamiento de la URSS, el Foro de São Paulo viene siendo desde 1990 la más poderosa iniciativa que se ha tomado para rearticular el movimiento comunista internacional y, en palabras de Fidel Castro, para “reconquistar en América Latina lo que se ha perdido en el Este de Europa”. Convocado por el dictador cubano y por Luiz Inácio Lula da Silva, el Foro reúne partidos comunistas (y pro-comunistas) legales, comprometidos con la lucha por conquistar la hegemonía cultural y política de sus naciones, y organizaciones armadas involucradas en secuestros, terrorismo y narcotráfico. Entre éstas últimas, destacan las Farc, cuyos vínculos con el mercado brasileño de drogas han quedado probados tras la prisión de Fernandinho Beira-Mar. Hay también organizaciones de dos caras, legales e ilegales a la vez, como el Partido Comunista Chileno, cuyo brazo armado tuvo algo que ver con el secuestro de Washington Olivetto.

Tal vez a los lectores les extrañe, en un primer momento, una reunión en que partidos legalmente constituidos confraternizan con gangs de criminales. En realidad, esta asociación sólo repite la vieja regla leninista que manda articular los medios legales e ilegales en la lucha revolucionaria. Es más, una de las ventajas de la articulación internacional es permitir que la mezcla promiscua de los medios lícitos con los ilícitos, de la retórica moralista con el narcotráfico, de los bellos ideales con la brutalidad de los secuestros, del sentimentalismo humanitario con el terror organizado — mezcla tan nítida y patente a escala continental y en la plenaria del Foro — se muestre disfrazada y nebulosa cuando es vista desde la perspectiva de cada nación por separado. Usando argentinos para actuar en México, bolivianos en Brasil o brasileños en Chile, las conexiones más obvias se vuelven invisibles a los ojos de la opinión pública local: los partidos legales siguen quedando a salvo de cualquier sospecha, y la mera sugerencia de investigarlos es rechazada como ofensa intolerable, incluso cuando la detención de agentes criminales proporciona las pruebas cabales de la asociación íntima entre crimen organizado y política de izquierdas en el continente; identidad que se vuelve aún más patente cuando a la detención de esos elementos le sigue, por mágica coincidencia, la rápida y eficaz movilización de las alas oficiales y “decentes” de la izquierda a favor de los criminosos.

Desde 1990, el Foro de São Paulo viene reuniéndose con intervalos regulares. La décima reunión fue en La Habana, Cuba, en diciembre de 2001. El Sr. Luiz Inácio Lula da Silva estaba allí. Negar por tanto que esté asociado políticamente con las demás entidades signatarias de las declaraciones del Foro es negar el valor de la firma de un candidato presidencial brasileño en documentos oficiales de relevancia internacional. Conforme escribió Vasconcelo Quadros en “IstoÉ” de 1º de marzo del 2002, “Brasil abriga una red clandestina de apoyo a las organizaciones guerrilleras internacionales que utilizan secuestros, asaltos a banco y tráfico de drogas”. En un país en que basta una llamada de teléfono a un defraudador para poner a un político bajo sospecha policial, el rechazo nacional a investigar una conexión legalmente formalizada en documentos públicos es, por lo menos, sorprendente.

Más sorprendente aún es que, entre tantos observadores periodísticos, policiales, políticos y militares, todos reputadamente inteligentísimos, ninguno consiga — o desee — establecer una conexión lógica entre esos hechos y la declaración del Dr. Leonardo Boff, firmada en el “Jornal do Brasil” del último día 23, de que con las próximas elecciones “el tiempo de la revolución brasileña ha llegado. La siembra ya ha sido hecha. Es hora de la cosecha”. ¿O acaso al emplear la palabra “revolución”, el fraile jubilado no ha querido decir nada de eso y todo no ha sido más que una inocente fuerza de expresión?

El masivo y obstinado rechazo a afrontar con realismo el estado de cosas puede ser explicado por el hecho de que éste constituye una realidad temible, cuya visión sería demasiado traumática para los nervios delicados de una burguesía finolis, aterrada hasta el punto de no poder admitir ya la realidad del mal que la aterroriza. Secuestrada psicológicamente por el marxismo sin nombre que domina el ambiente, la clase dominante está ya madura para cumplir su papel de víctima dócil, sonriente y servicial.

Pero, por favor, que nadie piense que con estas observaciones yo esté intentando favorecer o perjudicar a alguna de las candidaturas a la Presidencia de la República. Ojo al dato: los cuatro candidatos, con diferencias irrisorias, siguen una misma ideología, y cualquiera de ellos que sea elegido difícilmente podrá gobernar sin el apoyo de al menos uno o dos de los otros tres. Se trata por tanto de una elección de lista única, subdividida en cuatro denominaciones provisionales. Tal vez por eso el Dr. Boff no haya dicho que la revolución será inaugurada con la victoria del candidato x o y, sino con “la elección” tout court— poco importa de quien. Al menos desde el punto de vista psicológico, esa revolución ya ha empezado: la uniformidad ideológica, una vez aceptada como estado normal de la política democrática, basta para colocar virtualmente fuera de la ley, como “extremismo de derechas”, cualquier palabra que se diga de ahora en adelante a favor del capitalismo liberal, de EUA o de Israel. Quien la dice recibe regularmente amenazas de muerte, algunas de las cuales ya ni siquiera se toma la precaución de incluirlas en mensajes anónimos: se estampan en sites de internet y no causan ningún escándalo. El Dr. Boff tiene razón: la siembra ya ha sido hecha. Es hora de la cosecha. Pero todo eso, sin duda, es mera fuerza expresiva. Lo que sí sería un escándalo es querer ver alguna intención malévola en palabras tan inocentes.

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